sábado, 19 de octubre de 2019

“N.” o la cotidianidad de lo cósmico

Ilustración de Alex Maleev, correspondiente a la portada del tomo completo publicado por Panini Cómics (2018)


Este interesante relato, que el paciente lector podrá encontrar en la antología Después del anochecer, aunque tal vez haya obtenido más fama en su versión en cómic, es una muestra clara de que los autores, incluso gigantes como Stephen King, vivimos a hombros de otros gigantes. No es extraño que el libro empiece con una cita de “El gran dios Pan”, de Arthur Machen. Un escritor imprescindible para quienes queremos asustar a nuestros lectores, y que influyó enormemente en Lovecraft, definiendo en gran medida su forma de enfocar los Mitos. Y la repercusión que tiene el maestro de Providence en King se hace evidente en varias de sus obras, como Buick 8; un coche perverso, La niebla o Soy la puerta, pero es en mi opinión este “N.” el que mejor fusiona el terror cósmico de Lovecraft con el terror cotidiano de King. La historia recuerda mucho al Drácula de Stoker en su construcción, una estructura epistolar que, a base de cartas y diarios, nos introducirá en la acción desde el punto de vista de varios narradores. Me consuela pensar que, en cierto modo, hasta King imitó el estilo de otros antes de encontrar su propia voz. 

King nos coloca en el lugar del receptor de la historia, una especie de protagonista objeto del que apenas sabemos nada, lo que nos permite colocarnos en su lugar y saber qué ha ocurrido al mismo tiempo y al mismo nivel de implicación que él. La carta de una vieja amiga nos informará de que algo fuera de lo común ha pasado en la vida del hermano de ella, también antiguo conocido del receptor, y la mujer pedirá consejo a su corresponsal. Es decir, a nosotros, ya que estamos situados en un papel de observadores. Para saber qué ocurre tenemos el diario de sesiones del hermano, un psiquiatra que recoge sus impresiones y sus conversaciones con el verdadero protagonista, N. No esperemos que N. vea fantasmas o escuche voces, ya que el enfoque de este relato es casi científico, una historia cotidiana cuyo gran mérito está en conectar con el horror cósmico de una manera tan normal, tan delicada, que acabaremos de leer sin estar seguros de qué ha ocurrido. ¿El mal de estrellas ajenas amenaza nuestro mundo, o N. es un hombre aquejado por una enfermedad mental? 

 Ilustración de Alex Maleev 

N. contará al doctor cómo sus excursiones de fotógrafo aficionado le han llevado al Campo de Ackerman, un paisaje tan rural y fotogénico como cualquier otro, con una particularidad. Siete viejas piedras asoman de la tierra. Una formación en círculo demasiado trabajada para ser obra de la naturaleza, cuyos objetivos y funciones desconocemos. Una anécdota campestre. Un sello para salvar el mundo. 
N. trata de fotografiar las piedras, y entonces se da cuenta de que las siete se convierten en ocho al contemplarlas a través del visor de su cámara. Ocho. Un número par, un símbolo del Infinito, dos círculos cerrados en sí mismos y por tanto eternos e inmunes a influencias exteriores, firmes como barrera. King juega con el simbolismo y la numerología durante todo el relato de N. y consigue una creíble relación entre su trastorno obsesivo compulsivo y las creencias tradicionales, la hehicería y el pensamiento mágico. 
Un conjuro o invocación funciona gracias a la repetición de actos y gestos, a la exactitud de las palabras rituales y su entonación; de la misma manera, el TOC hace que quien lo padece repita sus gestos y actitudes para lograr un alivio temporal. Imaginemos un Sheldon Cooper, por hablar de un referente moderno y reconocible, que no llamase tres veces a la puerta, llamando a la persona que hay dentro. Una manifestación de TOC que King logra convertir en un conjuro, enlazando así lo cotidiano con el horror cósmico con la sencillez y la maestría que sólo algunos tienen a su alcance. 

En las siguientes páginas, el relato se vuelve oscuro, ominoso, y las referencias a Lovecraft y Machen se multiplican; la diferencia entre lo que ve N. con sus ojos y lo que ve a través de la cámara se vuelven alucinantes, terribles. 
En nuevas visitas, N. verá cada vez más claramente cómo una fuerza ajena, un poder cósmico y maléfico, se hace presente en el círculo de piedras. Su TOC, como un hechizo, reforzará el sello impidiendo así que la presencia preternatural pueda atravesarlo. Un duelo de voluntades, una cíclica repetición del rito, o la simple manifestación de un desorden mental. Durante todo el relato, King será capaz de mantenernos en vilo, de sembrar en nosotros la duda razonable. Esa es la maestría de esta historia. 

 Ilustración de Alex Maleev 

Por supuesto, no es mi intención desvelar el argumento sino recomendar la lectura de “N.”. Pero sí me permitiré una breve reflexión sobre el personaje, la fuerza primigenia, que aflora en el círculo de rocas y cuyo pernicioso poder, mediante la ruptura de la octava piedra, pretende cruzar la barrera entre las realidades. 
Dadas las referencias a Nodens en los relatos de Machen y Lovecraft, así como en los de muchos de sus seguidores, y las claras intenciones de homenajearlos que King presenta en “N.”, caigo en la tentación de pensar que su Cthun, descrito aquí como un ente con figura de gárgola alada, tamaño inconmensurable y cabeza en forma de yelmo, sea una manifestación de los llamados ángeles descarnados de la noche, seres que sirven a Nodens y suelen tener una relación pacífica con los humanos que atraviesan el velo de los sueños. Una manifestación maléfica, una encarnación más absoluta y terrible de estos guardianes, pero inspirada en ellos. Aunque por supuesto, es sólo una opinión personal. 

Finalmente, sólo quiero recomendaros la lectura de este relato, pese a no ser de los más populares del maestro de Maine, como un enlace meritorio entre tres monstruos literarios que tanto han iluminado nuestro camino con sus tinieblas.  

 Ilustración de Alex Maleev 

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