martes, 24 de noviembre de 2020

La violencia y lo sublime en la obra de Robert E. Howard

 Por Jason Ray Carney
Traducción por José R. Montejano
 

Seamos honestos: Robert E. Howard estaba fascinado con la violencia. Boxeo, juego de armas, esgrima, batalla: estas actividades violentas aparecen, ampliamente, en las obras de Howard. Mas ¿con ello entenderíamos que Howard ensalzaba la violencia? 

A veces lo hacía. A veces no. Sería incorrecto afirmar que Howard articuló una sofisticada teoría de la violencia. Y, sin embargo, hay pruebas de que el joven escritor pensaba profundamente en la violencia y no siempre la glorificaba ingenuamente. Consideremos este pasaje de la historia de James Allison, El Valle del gusano; el narrador, James Allison, es una persona discapacitada que recuerda, de forma mística, sus múltiples vidas anteriores y, tal que así describe una de esas batallas: 

 

No puedo pintar la locura, el hedor del sudor y la sangre, el jadeo, el esfuerzo muscular, el astillamiento de los huesos bajo los fuertes golpes, el desgarramiento y el corte de la carne temblorosa y sensible; sobre todo el despiadado salvajismo abismal de todo el asunto, en el que no había ni regla ni orden, cada hombre luchando como quería o podía. Si pudiera hacerlo, retrocederíais horrorizados; incluso el yo moderno, consciente de mi estrecha relación con aquellos tiempos, se horroriza al repasar esa carnicería. 


Howard no es James Allison, por supuesto, pero Howard, como Allison, era un hombre de su tiempo, por lo que atribuir las sensibilidades de Howard a Allison podría ser algo muy, muy interesante. Mas, ¿se horrorizaba Howard, al igual que Allison, ante una violencia sangrienta? Esta es una questión  difícil de responder dada la ficción violenta (pese a ello, amorosamente  escrita) que se haya en la totalidad de la prosa de Howard.

Así pues, ¿qué era lo que Howard pensaba, en general, sobre la violencia? 

Tal vez una referencia biográfica mucho más directa nos ayude a descubrirlo. Consideremos, entonces, un pasaje de El rebelde: Post Oaks y Sand Roughs, una obra cuasi autobiográfico de la vida de Howard de finales de los años 20. El protagonista, Steve Costigan, reflexiona sobre el atractivo que tienen los partidos de fútbol para la gente de la época: 

 

Steve Costigan se sentó en las gradas para ver a los hombres chocar y sangrar, y fue franco en su admisión del hecho. [...] Y en este sentido fue conscientemente honesto, mientras que los espectadores, hombres y mujeres que rugieron por un touchdown, fueron tan inconscientemente deshonestos como aquellas damas y senadores que abarrotaban los anfiteatros de la antigua Roma para discutir la habilidad y la belleza de las carreras de carros [...] y secretamente se emocionaron al ver cómo los carruajes morían bajo los cascos frenéticos. 

 

Aquí Howard arremete con uno de sus temas perennes: la hipocresía de la civilización, la forma en que las reglas de comportamiento cortés a veces oscurecen y ocultan un salvajismo subyacente. Y esto nos recuerda la tan citada reflexión del joven Conan el Cimmerio en La Torre del Elefante: "Los hombres civilizados son más descorteses, por norma general, que los salvajes, porque saben que pueden ser descorteses sin que les partan el cráneo".

Howard no siempre glorifica la violencia. En cambio, muy a menudo reconoce cómo, quizás de forma trágica, la violencia es una característica intrínseca del ser humano. De esta manera, Howard encuentra un sorprendente aliado en un gran intelectual del período de entreguerras, Walter Benjamin (1892-1940), el famoso místico judío y filósofo marxista. 

En la sección V de las Tesis de Benjamín sobre la Filosofía de la Historia (1942), afirma: "Es ist niemals ein Dokument der Kultur, ohne zugleich ein solches der Barbarei zu sein. / No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie." 

Aquí Benjamín transcribe la teoría de Marx (del siglo XIX) "Sobre el antagonismo de clase como motor de la historia" a un lenguaje lírico. Incluso para Benjamín, el arte más bello, por ejemplo, la inquietante composición orquestal de Stravinsky, El pájaro de fuego (1910), es sin embargo una oda oscura cantada por una sociedad sometida a una lucha interminable entre los que tienen y los que no tienen nada. ¿Podrían estas notas (trémulas) de 1910 prefigurar la cacofonía  que supuso la guerra de trincheras? Howard se atrevió a hacer esa comparación tan singular.

Resumiendo: Howard estaba fascinado por la violencia. A menudo, de forma pueril, la glorificaba en el registro del relato pulp, aunque su comprensión de ella fuese madura, lo mismo que sucedía con otros muchos, como William S. Burroughs, con el que compartía esa visión clara y trágica de la violencia. Burroughs habló de esta forma en una entrevista realizada en el año 1991: 

 

Este es un universo de guerra. Guerra todo el tiempo. Esa es su naturaleza. Puede haber otros universos basados en otros principios, pero el nuestro parece estar basado en la guerra y los juegos

 

La guerra y los juegos. La espada y el boxeo. Los juego de guerra y el fútbol. 

Como punto de reflexión qué mejor que un fragmento de una carta (diciembre de 1934) a H. P. Lovecraft, en donde Howard opina del siguiente modo acerca de la ubicuidad del derramamiento de sangre en la historia de Texas: 

 

Con frecuencia, las guerras, enemistades y peleas entre los pueblos no eran el resultado de una agresión deliberada por parte de ninguno de los dos bandos, sino simplemente de condiciones económicas, climáticas e incluso geográficas que escapaban al control humano. [...] Difícilmente se puede elegir una disputa occidental y decir con certeza que un lado fue "montado" y el otro "equivocado". 

 

Para Howard la violencia no es solo una cuestión de valor moral..., también es innata, como una tormenta, una plaga o un volcán en erupción. La violencia no es solo fea. También es sublime a la par que aterradora y, las más de las veces, se escapa (porque va más allá) de nuestro control.