Por Érica Couto-Ferreira
INOUE: No, leerlo así no sería interesante. Si no te lo leo en este mismo momento, en el lugar mismo del asesinato, no sentirás terror. No te preocupes, el sol todavía no está en el ocaso. Escucha, te leeré el principio (“El drama embrujado”).
No puede decirse que el tokiota Junichirō Tanizaki (1886-1965) sea un desconocido en el panorama literario de habla hispana. Editoriales como Siruela, Atalanta, DeBolsillo, Seix Barral, Rey Lear, Satori y Alfaguara han publicado en los últimos años traducciones de sus novelas, ensayos y muchos de sus cuentos. Este Il dramma stregato que aquí comento, sin embargo, contiene material que, por cuanto he podido verificar, permanece inédito en español.
La edición italiana de la que me he valido en esta ocasión da fe de los primerizos pasos literarios del autor japonés en su Tōkyō natal a través de tres historias que compuso a lo largo de la década de los 10s del siglo XX, y pertenecen a la denominada fase demoníaca del autor. Estos tres relatos son El demonio (1912-1913), El asesinato de O-tsuya (1915) y El drama embrujado (1919). En ellos, Tanizaki explora algunos de los temas y motivos recurrentes en su obra: la mujer como fuente misteriosa de belleza y corrupción, la obsesión que lleva a la ruina y los peligros del triángulo amoroso. De hecho, las tres historias comparten dramas que se basan en la triangularidad: entre un hombre y una mujer que dicen amarse, se interpone siempre un tercer elemento discordante, ya sean otro hombre u otra mujer, la indolencia, la enfermedad o la pura casualidad. Este tercer elemento encarna físicamente y sirve de vehículo a la tensión, la oposición y la lucha, sustenta el conflicto y lo hace derivar hacia uno de esos finales fatales que tanto parecía amar Tanizaki (véase, si no, el refinado triángulo amoroso que crea en La llave, publicada en 1956). Los hombres, pusilánimes, débiles, y siempre protagonistas en las tres historias contenidas en El drama embrujado, se dejan vencer por el atractivo de la carnalidad; una carnalidad que es, al mismo tiempo, sublime, ideal y fuente inagotable de placer estético sin por ello perder su fisicidad concreta. Los hombres son aquí las grandes víctimas: no se oponen a los deseos que les subyugan sino que, muy al contrario, los cultivan hasta que estos florecen, fecundos y morbosos. Y las mujeres, que no siempre se muestran abiertamente audaces ni libertinas, alimentan esas pulsiones connaturales al hombre. Ellas las despiertan, las potencian, las agitan, pero no las crean consciente e intencionalmente, sino que actúan a modo de espejos y lupas, reflejando y engrandeciendo esas pulsiones hasta conseguir que acaben devorando al amante incauto. Como escritor de la obsesión, el deseo y la perversión transformada en arte, Junichirō Tanizaki pone en cada una de estas tres historias un punto y final marcado por la tragedia.
La primera de las historias, El demonio, narra la caída de Saeki, un estudiante que, enfermo por los excesos de una vida disoluta, decide mudarse de Nagoya a Tokyo para agonizar y morir en casa de su tía. Una vez allí, la fascinación creciente que sobre él ejercen la blancura y los atractivos desbordantes de su prima Teruko, así como la presencia funesta de Suzuki, pretendiente enloquecido y enamorado que se interpone entre él y su deseo, harán que Saeki se precipite en el abismo. Tanizaki logra convertir lo mundano y fisiológico en una experiencia estética en la que la Belleza absoluta y universal se manifiesta incluso en lo más bajo:
Tomó entre las manos aquel frío tejido arrugado, empapado de moco; intentó alisar su resbaladiza superficie y, al final, comenzó a lamerlo ávidamente como un perro. ‘¡Así que este es el sabor del moco!’. Le parecía lamer un algo de olor selvático y penetrante, sobre la punta de la lengua permanecía solo un leve sabor salado. ‘¡Qué sensación extrañamente áspera, indecentemente placentera! Tras el mundo de los placeres comunes de los seres humanos se esconde semejante paraíso, secreto y extraño…’ (“El demonio”).
El relato El asesinato de O-tsuya explora más claramente el tropo de la femme-fatale. En este caso el protagonista masculino es Shinsuke, sirviente de una próspera familia, quien se deja convencer por O-tsuya, hija del linaje al que sirve, para huir juntos. Esa aparente fuga romántica se convierte inmediatamente en un rápido e imparable descenso en las espirales del vicio, la corrupción y el crimen. O-tsuya es vil y maligna, retorcida y embustera. Cada uno de sus pasos responde al prototipo de la mujer fatal que empuja a los hombres a la ruina. Por el contrario, Shinsuke, en su lucha por poner orden a los crímenes y fechorías que pesan sobre sus espaldas, no hace sino enredarse en las tramas criminales de O-tsuya, como la mosca que, atrapada en la telaraña, se amortaja sola cuanto mayor es su esfuerzo por liberarse.
El relato que da título al libro, El drama embrujado, constituye la pieza más redonda del volumen. De nuevo nos encontramos con un triángulo amoroso: el autor teatral Sasaki desea deshacerse de su esposa Tamako para poder casarse con su amante. Sucede que Tamako, en su simpleza y mansedumbre, es demasiado dulce y comprensiva para que el marido acierte a matarla a sangre fría. Sasaki necesita un plan, y lo encuentra en su profesión de escritor: usa la escritura para componer un drama en un acto, “El bien y el mal”, en el que expone su proyecto criminal para deshacerse de su esposa. Leerle ese drama a la pobre Tamako será como interpretar el guion, significará poner en marcha la maquinaria que permita ahogar los escrúpulos y cumplir con ese asesinato. ¿No es la vida una historia, un cuento que nos contamos, una versión de nosotros que narramos a los demás, un espectáculo, una performance? Esa consciencia del peso que la subjetividad, la manipulación y la percepción deformada tienen en la forma de conducir y explicar nuestras vidas le sirvió a Junichirō Tanizaki para crear sus historias. Medio siglo después de su fallecimiento, sus novelas y relatos siguen leyéndose como ejemplos veraces, bellos y terribles acerca del impacto que los apetitos, la carnalidad y el deseo de belleza suprema pueden tener en nuestra vidas.
Sobre la edición de El drama embrujado
Tanizaki, J. Il dramma stregato. Traducción de Lydia Origlia. Milano: SE, 2009.Tanizaki: bibliografía selecta
Tanizaki, J. Tatuaje. Traducción de Naoko Kuzano y Alicia Mariño. Prólogo de Alicia Mariño. Ilustraciones de Manuel Alcorlo, Palencia: Rey Lear, 2011.Tanizaki, J. La llave. Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla. Madrid: Siruela, 2014.
Tanizaki, J. El elogio de la sombra. Traducción y epílogo de Francisco Javier de Esteban Baquedano. Prólogo de Yayoi Kawamura. Gijón: Satori, 2016.
Tanizaki, J. Cuentos de amor. Traducción de Akihiro Yano y Twiggy Hirota. Madrid: Alfaguara, 2016.
Tanizaki, J. La historia de un ciego. Traducción de Aiga Sakamoto. Prólogo de Fernando Sánchez Dragó. Gijón: Satori, 2016.
Tanizaki, J. La vida enmascarada del señor Musashi. Traducción y prólogo de Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala. Gijón: Satori, 2016.
Tanizaki, J. Sobre Shunkin. Traducción de Aiga Sakamoto. Prólogo de Carlos Rubio. Gijón: Satori, 2016.
Tanizaki, J. Arenas movedizas. Traducción de Carlos Manzano. Barcelona: DeBolsillo, 2016.
Tanizaki, J. La madre del capitán Shigemoto. Traducción de María Luisa Balseiro. Barcelona: DeBolsillo, 2016.
Tanizaki, J. Las hermanas Makioka. Traducción de Miguel Menéndez Cuspinera. Madrid: Siruela, 2016.
Tanizaki, J. Siete cuentos japoneses. Traducción de Ryukichi Terao y Ednodio Quintero. Prólogo de Ednodio Quintero. Barcelona: DeBolsillo, 2017.
Tanizaki, J. Siete cuentos japoneses. Traducción de Ryukichi Terao y Ednodio Quintero. Prólogo de Ednodio Quintero. Girona: Atalanta, 2017.
Tanizaki, J. El cortador de cañas. Traducción de Luisa Balseiro Fernández-Campoamor. Barcelona: DeBolsillo, 2017.
Tanizaki, J. Naomi. Traducción de Luisa Balseiro Fernández-Campoamor. Barcelona: DeBolsillo, 2017.
Tanizaki, J. El amor de un idiota. Traducción de Makiko Sese y Daniel Villa. Gijón: Satori, 2018. .