miércoles, 23 de febrero de 2022

Los penitentes - J. E. Álamo: La catártica revelación de la violencia

Por Pily Barba

 

Sé que no es muy normal empezar una reseña con una nota aclaratoria, pero ¿quién ha dicho que tenga que hablar de cosas normales? Lo normal casi siempre es aburrido. Dicho lo cual, ahí va: leer cualquier obra de «J. E. Álamo» es apostar, siempre, a caballo ganador. Y, sí, ya sé que decir esto, cuando resulta que Joe es además un buen amigo, no suena muy convincente, pero, insisto, pocos colegas míos escritores (léase tanto en masculino como en femenino, por favor) son una apuesta segura. Y mirad que tengo. Y mirad que sé que después de decir esto tendré unos pocos menos, pero… así son las cosas. 

Volviendo a Joe, en cuanto recibí Los Penitentes lo tuve clarísimo: «¡Alegría! ¡Alegría para los próximos días!», me dije. Y vaya que si la tuve, pero lo que no sabía es que esa sensación se iba a quedar tan corta. Y sin embargo, así fue. Durante la lectura de su última novela, no solo pasé unas cuantas horas encaramada a un flipante tiovivo emocional, que ya es decir, sino que además terminé con el culo torcido; totalmente noqueada: con tres palmos, vaya. 

Pero, tranquis, ¿vale?, que voy por partes. Lo primero: en esta ocasión, resulta que el punto de mira en la odisea de Joe Álamo se centra en el mundo eclesiástico, en el interior de las propias iglesias, lugar donde el Segador asesina, de manera cruel y sin motivo aparente, al párroco de turno. Tras las muertes, como cabe esperar tratándose de un asesino en serie, además de su modus operandi, este deja su particular y bíblica impronta, y tras ella, qué remedio, le toca ir a Aguirre, un detective entradito en años, hastiado de casi todo, con bastante poca paciencia y otro poquito de mala leche. Al prenda le acompañarán, ya sea por obligación o por casualidad, varios desgraciados, entre los que se encuentra el encantador personaje del anciano, testigo del último asesinato. Y, sí, a pesar de que suena muy resumidito, y tal vez poco jugoso, la cosa tiene mucha enjundia y poca reverencia, os lo aseguro. 

Lo segundo: toca hablar de cuánto sufrieron los buenos hasta que Joe pudo ver su obra, por fin, primorosamente publicada, y Aguirre y compañía pasaron a cobrar vida dentro de un volumen en Obscura Editorial. Porque Los Penitentes, ahí donde la veis, en realidad es la segunda novela que el autor escribió allá por el año… ¡a saber! Pero hace mucho, os lo aseguro. Y además, también, eeeh cuenta la leyenda (o lo que viene siendo WhatsApp) que Joe presentó su manuscrito a Obscura y a pesar de que a estos les gustó la idea, le dieron unas formidables calabazas: tenía demasiados fallos. Pero como este hombre tiene la cabeza casi tan dura como algunos de sus mejores personajes, se comprometió a trabajar de nuevo en Los Penitentes y, tras la primera reescritura, terminaron por dar luz verde al proyecto. A partir de ahí, colaborando mano a mano y coma a coma, tanto editorial como autor, solo frenaron cuando tuvieron el resultado que ahora forma parte de su obscuro catálogo. Y qué resultado, tan profesional y mimado; acompañado además de unas fantásticas ilustraciones. 

¿Y cuál creéis que fue el tiempo total de eslomamiento? Año y medio, señoras y señores. Pero bien que ha merecido la pena, porque, todo ese recorrido, ha dado lugar a una historia atractiva, consistente, de una elaboración impecable y muy madura. Y lo mismo podría decirse del propio Joe. Por el camino, su perfil literario ha trascendido de tal modo que logrado darnos lo que sin duda es su aventura más adulta hasta el momento. Al menos en lo que concierne a las que ya le han sido publicadas. 

Efectivamente, desde hace tiempo tengo información privilegiada, por eso aún puedo decir que Los Penitentes es única en cuanto a dureza y crueldad, y que se trata, con diferencia, del trabajo menos amable del autor. ¿Será porque ninguno de sus personajes, ya sea principal o no, se la coge con papel de fumar? Será. Y Joe tampoco, claro. Por eso la historia, un auténtico thriller de terror paranormal, no hace ni una sola concesión a la broma: sí, hay personajes socarrones que divierten y a los que no nos queda más remedio que amar, porque además tendremos muchos momentos tiernos y comprometidos con ellos, pero en cuanto a lo que se enfrentan y el modo en el que lo hacen, tonterías las justas. Así, mientras seguimos los pasos de la Brigada de Intervención Especial, o lo que es lo mismo, un puñado de currantes entre los que se encuentra el propio Aguirre, sudando la gota gorda mientras se ocupan de aquellos casos en los que la policía no es capaz de intervenir de manera efectiva, el horror irá aconteciendo como le da la auténtica gana; primero poco a poco, salpicando los párrafos que pertenecen a las mentes más rotas, y luego casi descalabrándose en cada una de las penitencias. Y todo ello sucede en cualquiera de sus dos variantes, a elegir; la sanguinaria, escatológica y esquizoide, o la tenebrosa y paranormal. ¡Eso cuando no se intersecan, ya sea en un único personaje (o no), y en uno o varios escenarios! Pero cuando ya estamos implicados hasta las orejas, ¿qué más da, no os parece? 

Ilustración de Jonathan Sierra

Lo que sí que no da igual es la muda violencia con la que Joe zarandea al lector, por un lado, en lo emocional; gracias a ese puñado de personalidades a las que nos tiene tan acostumbrados; con pellejo y corazón, alma y sentimientos, además de un terrible pasado, y por el otro, con la naturalidad con la que impregna cada nuevo paso (cada grotesco acontecimiento) de una creciente inquietud, a menudo imprecisa, pero siempre directa y certera. Sí, hay que saber hacerlo muy bien, como es el caso, para que esa constante aparición de la forma sin forma, o la oscuridad más primigenia, que además parece no terminar nunca de revelarse del todo, acorralen al lector mientras este no para de intentar adelantarse al tipo de abismo al que, sin remedio, se va a enfrentar, y de paso, medio intuir cuál podría llegar a ser su profundidad. ¡Ja! 

Termino apuntando que muy poco antes de concluir mi lectura ya estaba pensando en cómo vacilar a Joe, al mismo tiempo que le informaba de que había dado fin a sus penitentes. Pero, oh, tonta de mí, que ya estaba haciendo planes antes de tiempo. Resulta que ese imprevisible giro final con el que terminé topándome, tan humano, tan romántico, y lo que es más, tan paternal, me desarmó de tal modo que se llevó mi sorna por el sumidero, y en vez de pagarle con la misma moneda, empleando, por ejemplo, el tono socarrón del propio Aguirre (tal y como tenía pensado), solo atiné a decirle que había terminado su novela; que me había encantado y que estaba muy emocionada. Y no mentí. Pero me quedé cortísima. Me ahorré explicarle, entre otras cosas, cuánto y de qué manera me habían afectado sus últimas páginas. La flojera que me entró. O la sensación de ser una auténtica pasmada sentada sin más en el banco de un parque, con un libro de terror entre las manos y la lagrimilla a punto de asomar. Vaya tela… Pero es que nunca, hasta esa misma soleada mañana, se me ocurrió plantearme cómo era posible que hubiera autores, tan audaces, tan puñeteramente buenos, que fueran capaces de llegar a quebrar la sensibilidad del lector tal y como este cabrón venía de hacer. 

P. D.: El arte inicial pertenece a Vladislav Chenchik.

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