Hacía mucho, mucho tiempo que una lectura no me enganchaba tanto al respecto de retrotraerme a los veranos de una infancia en los que las horas de mis días de juegos parecían quedarse suspendidas dentro de un bucle infinito, sin remisión de identidad ni mayor preocupación que no fuera la de compartir tiempo con aquellos nuevos y mejores (lo nuevo siempre nos parece mejor) amigos de aventuras. ¡Ay, qué tiempos! Ajenos al dolor y el sufrimiento; sabiendo de la enfermedad y la muerte, mas sintiéndola infinitamente distante e inasequible. ¿Quién habla de morirse a «los diez»? ¿Quién de enfermedad para «siempre» (creo recordar que el «para siempre» de mi yo de diez años era pasarme más de una semana encamada)? ¡Oh, los amigos! A esa edad los amigos son verdaderamente un tesoro, una ramificación más de tu propia esencia, los nobles confidentes del «todo para uno y uno para todos» y yo qué sé cuántas cosas más. ¿Jamás os habéis preguntado, siendo niños, como sería vuestro yo del mañana? Y ahora, si tuvierais la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo, de reencontraros con ese niño o esa niña que fuisteis, ¿no trataríais de ponerlo sobre aviso acerca de aquel accidente o trauma psicoemocional que tanto daño os hizo en su momento, e inclusive ahora, a día de hoy, pese a la relatividad que lleva aparejado el factor Tiempo, sigue formando parte de vuestros miedos adquiridos? Pues bien, de muerte y enfermedad, de amigos que son como hermanos, de juegos que traspasan la barrera de lo fantástico convirtiéndose en situaciones o vivencias reales y de viajes en el tiempo es de lo que trata la primera de las novelas que componen la trilogía Impossible Times del escritor norteamericano Mark Lawrence (traducida al español y editada por Red Key Books).
Y diréis: «Nada nuevo bajo el sol, una mezcla de serie/peli juvenil en la que se combinan enigmáticas aventuras con el misterioso ingrediente de la ficción fantástica»; o tal cual dicen por ahí: «Una mezcla entre Stranger Things y Back To The Future». Pues sí, pero no. Porque a mí me ha recordado, tanto por el estilo como por el ritmo argumentativo, más que a una serie/peli, a la mágica literatura de una escritora a la que, siendo niña, admiré muchísimo (sigo haciéndolo a día de hoy): la increíble Enyd M. Blyton. Una palabra mortal me ha teletransportado al libro Los cinco se escapan (1944): una enfermedad, un niño desagradable, un personaje extraño, una insólita aventura que implica valor y confianza; una camaradería que va más allá de lo físico y que termina por exponer a nuestros personajes a una serie de peligros inimaginables. Todos estos elementos (exceptuando el secuestro) configuran el corpus narratio de esta obra que, además, introduce (y nos introduce) en el tambaleante mundo de un narrador púber que sabe que va a morir.
A partir de aquí, Lawrence administra de forma magistral las dosis apropiadas de dolor (que se describe verídico, que no omite detalles, que no sabe de edades ni de «eufemismos de cuentos») con esos pequeños momentos de gozo que suponen para el protagonista y su grupo las míticas partidas del no menos mítico juego de la compañía Gygax: Dungeons & Dragons (1974). Y si este increíble juego de rol nos sumerge de pleno en mundos fantásticos donde el ingenio y el valor son tan necesarios como la imaginación para lograr acabar una partida, ingenio y valor precisarán los personajes que, sumidos en una especie de retroalimentación épica con el juego (las descripciones de las partidas suponen, para mí, lo mejor de la novela), darán pie a los acontecimientos que, a posteriori, Nick y los suyos habrán de experimentar. «Lo real» se diluye, «lo fantástico» se hace corpóreo, y vida y muerte se entrecruzan hasta un punto en el que la inconsistencia lógica que destruye la ilusión de los viajes en el tiempo parece quedar anulada por la erudición científica de nuestro autor.
Empero, ¿escapan estos conocimientos de física avanzada a la cognición propia que se le presupone a unos personajes adolescentes? Lo más probable es que así sea, mas no creo que por descuido del autor… Mi teoría es que éste, consciente y meticulosamente, introduce al adulto de una novela pensada para adultos dentro de una cápsula del tiempo que, en forma de novela juvenil del pasado (de ahí la evocación a mi adorada Blyton), nos aproxima a nuestros vértigos pretéritos con la argumentación, en forma de viaje en el tiempo, de esquivar «la paradoja del abuelo», principio operante en el desarrollo futuro de las narrativas de sucesivas novelas.
Concluiré apuntando que, pese a que el final resulta un tanto apremiante, encajaría si lo encuadramos dentro de la perspectiva de un narrador inmaduro (por edad) que, a la postre, se salta las reglas del juego vibrando en un espacio-tiempo que ofrece infinitas posibilidades. La concepción del sino versus la arbitrariedad de éste cuando se manipula uno de los elementos que lo conforman nos ofrece un pasaje a la esperanza.
Con Una palabra mortal racionalizamos el concepto de que nada sucederá sin unas palabras que inspiren al cambio: el mayor «contenedor de significado» muta, y nuestro presente se entrelaza a ella (y en ella) originando acciones que afectarán al futuro de nuestro protagonista, al vuestro y sin duda al mío: una adulta que, tras la lectura de este libro, retornó a ser niña.
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