Escrito por Paul La Farge
Traducción por Amparo Montejano
Ilustración de portada de François-Auguste Biard (1799-1882)
El 18 de junio de 1931, un joven llamado Robert Barlow envió una carta al escritor de terror H. P. Lovecraft.
Las historias de Lovecraft sobre seres monstruosos de más allá de las estrellas aparecían regularmente en la revista de temática pulp de nombre Weird Tales, y de la que Barlow era un fanático. Quería saber cuándo Lovecraft había empezado a escribir, en qué estaba trabajando y si el Necronomicón —un tomo de conocimiento prohibido que aparece en varios cuentos de Lovecraft— era un libro real. Una semana más tarde, Lovecraft respondió (cosa que no era de extrañar pues, se estima que en su corta existencia escribió más de cincuenta mil cartas). Esta epístola en particular, fue el comienzo de una curiosa amistad que cambió el curso de la vida de Barlow y la de Lovecraft.
Lovecraft era muy conocido en el mundo de la "ficción extraña", un término que popularizó: era un género de principios del siglo XX que abarcaba historias de terror sobrenaturales y algo de lo que ahora se llamaría ciencia ficción.
Se había casado —por un corto espacio de tiempo— con una inmigrante ucraniana judía llamada Sonia Half Greene, y con ella había vivido en la popular metrópolis de Nueva York hasta que en 1931 regresara a su Providence natal. Allí viviría con su tía, escribiendo y haciendo trabajos correctivos de textos literarios.
En tanto, el jovencito Barlow, que había crecido en bases militares al ser su padre coronel del ejército, se trasladó a vivir hacia el centro de Florida —a unos veinticuatro kilómetros al suroeste de la ciudad de DeLand — a consecuencia de la enfermedad mental que comenzó a experimentar su progenitor (delirios paranoides).
Barlow era tímido, no conocía a nadie en Florida y no había muchachos que compartiesen sus intereses: tocar el piano, coleccionar ficción extraña, pintar, etc. "No tenía amigos ni estudios, salvo aquellos que unía el noble correo de EE. UU"—escribió en un libro de memorias sobre su verano con Lovecraft, (publicado en 1944). Epístola a epístola, Barlow y Lovecraft se hicieron amigos. Escribió historias que Lovecraft revisó. Finalmente, en la primavera de 1934, Barlow invitó a Lovecraft a visitarlo en Florida. Cuando Lovecraft se bajó del autobús y lo vio —apenas un chiquillo de dieciséis años, teniendo él cuarenta y tres— se sintió tremendamente consternado…
Ahí estaban los dos, frente a frente: el escritor más viejo, de traje arrugado y semblante “Danteriano” (según el propio Barlow), y el joven admirador, delgado y con cara de comadreja, de pelo negro hacia atrás y anteojos con gruesas lentes redondas. Finalmente, Lovecraft permaneció con Barlow y su madre —el padre estaba visitando a unos familiares en el norte del país— durante siete semanas.
¿Que qué hicieron durante todo este tiempo? Según el propio Barlow recolectar bayas silvestres, componer coplillas de rimas complicadas, remar en el lago... Toda aquella diversión hizo que Lovecraft encontrase el clima de Florida muy estimulante:
"Me siento como una persona nueva, tan ágil como un joven…" —le escribió a un amigo suyo de California—. "Voy sin sombrero y sin chaqueta..." Y ¡cómo no!, disfrutaba en suma de la grata compañía del muchacho: "Nunca antes en el curso de una vida larga había visto un niño tan versátil…" —escribió.
Los críticos literarios siempre han especulado con la posibilidad de que Lovecraft fuese “un homosexual en la sombra”, o bien, un hombre de escaso o nulo interés por el sexo. No obstante, su esposa Sonia lo describió como: “un amante excelente". Que se sepa y tras la separación de ella, no volvió a intimar con otras mujeres, e igualmente —y por el contenido de sus cartas— sabemos que condenaba el hecho en sí de la homosexualidad como si fuese algo reprobable, llegando incluso a convencer al jovencito Barlow de que en sus relatos de ficción pasase de largo por estos temas.
¿Que qué hicieron durante todo este tiempo? Según el propio Barlow recolectar bayas silvestres, componer coplillas de rimas complicadas, remar en el lago... Toda aquella diversión hizo que Lovecraft encontrase el clima de Florida muy estimulante:
"Me siento como una persona nueva, tan ágil como un joven…" —le escribió a un amigo suyo de California—. "Voy sin sombrero y sin chaqueta..." Y ¡cómo no!, disfrutaba en suma de la grata compañía del muchacho: "Nunca antes en el curso de una vida larga había visto un niño tan versátil…" —escribió.
Los críticos literarios siempre han especulado con la posibilidad de que Lovecraft fuese “un homosexual en la sombra”, o bien, un hombre de escaso o nulo interés por el sexo. No obstante, su esposa Sonia lo describió como: “un amante excelente". Que se sepa y tras la separación de ella, no volvió a intimar con otras mujeres, e igualmente —y por el contenido de sus cartas— sabemos que condenaba el hecho en sí de la homosexualidad como si fuese algo reprobable, llegando incluso a convencer al jovencito Barlow de que en sus relatos de ficción pasase de largo por estos temas.
Pese a todo, el fantasma de la especulación siempre sobrevoló a la sombra del de Providence pues, con anterioridad a Barlow, Lovecraft visitó al veinteañero Alfred Galpin, en Cleveland. Mientras estuvo allí, Galpin le presentó a Samuel Loveman y Hart Crane (ambos homosexuales, no así Galpin del que Lovecraft escribió una serie de poemas burlones mofándose de su obsesión por las quinceañeras).
Pero, Barlow tenía muy clara su orientación sexual. Hay una línea reveladora en su libro de memorias de 1944, en el que expresa de manera oficial:
"La vida se compone de literatura…"; mas, en el texto original (que está en la Biblioteca John Hay en Brown), puede leerse lo siguiente: "La vida, salvo por los deseos secretos que poseo hacia un joven y debo reprimir, se compone de literatura…"
Lovecraft lo visitó de nuevo en el verano de 1935, y permaneció allí durante más de dos meses que dieron para explorar una jungla de cipreses —próximos a la casa familiar— y para construir una cabaña al otro lado del lago.
Pero, Barlow tenía muy clara su orientación sexual. Hay una línea reveladora en su libro de memorias de 1944, en el que expresa de manera oficial:
"La vida se compone de literatura…"; mas, en el texto original (que está en la Biblioteca John Hay en Brown), puede leerse lo siguiente: "La vida, salvo por los deseos secretos que poseo hacia un joven y debo reprimir, se compone de literatura…"
Lovecraft lo visitó de nuevo en el verano de 1935, y permaneció allí durante más de dos meses que dieron para explorar una jungla de cipreses —próximos a la casa familiar— y para construir una cabaña al otro lado del lago.
El verano siguiente fue Barlow el que marchó a Providence para visitar a su maestro, pero, Lovecraft apenas le hizo caso al hallarse enfrascado en sus trabajos de corrección. No obstante, decidieron viajar juntos hasta Salem y Marblehead —ciudades que Lovecraft había mitificado en ficción— pero, otro discípulo admirador del de Providence, Kenneth Sterling (futuro estudiante de Harvard) se unió a ellos. Si Barlow andaba enamorado de Lovecraft, no tuvo más remedio que reprimir sus impulsos. Algo de esto se traduce en la que fue la última historia que Lovecraft le corrigió: "The Night Ocean" (1936).
Versa sobre un ilustrador que decide alquilar una cabaña en la playa para descansar de sus ocupaciones. Mientras está allí, observa —en las noches— extrañas figuras que se alejan y a las que pierde el rastro cuando se internan en la neblina oceánica. Concluye:
<<… quizá, jamás ninguno de nosotros pueda desentrañar los misterios. Existen, desafiando toda explicación. >> Tal vez, la propia alma de Barlow se sumió en una tristeza y melancolía de dimensiones insondables.
Ilustración de Seb Mckinnon
Lovecraft falleció de un cáncer intestinal en marzo de 1937. Antes de morir, llamó a Barlow y, lo que en principio podía entenderse como un gran honor —Barlow se había convertido incluso en su albacea literario—, fue para él un desastre: además del terrible dolor por la pérdida de un ser tan querido, los propios discípulos del “Círculo” —entre ellos, August Derleth y Donald Wandrei, que querían recopilar sus historias en un libro— lo relegaron al más horrendo ostracismo cuando Barlow publicó (sin ellos saberlo) un volumen con textos inéditos de Lovecraft —en edición tipográfica de setenta y cinco copias—.
Entonces, Derleth y Wandrei le exigieron a Barlow los textos manuscritos. Como éste era reacio a entregárselos, se encargaron de difundir rumores de que Barlow era un ladrón que había robado libros de la biblioteca de Lovecraft. Incluso, el escritor y artista Clark Ashton Smith —integrante del “Círculo” — le envió a Barlow una nota con el siguiente mensaje:
<< Por favor, no me escriba ni trate de comunicarse conmigo de ninguna manera… >> —decía—. << No deseo verle o tener noticias suyas después de su deplorable conducta con respecto a la herencia de un querido amigo fallecido...>>
Para Barlow este mensaje fue: << cortarme las entrañas con un cuchillo de carne…>>
Acababan pues de exiliarlo de aquello que más amaba: el mundo de la literatura. Fue entonces cuando se bosquejó en su mente la posibilidad del suicidio, pero, consiguió remontar ingresando en las escuelas de California y México (para cursar estudios de antropología). Allí —y desde el 43 en el que se mudó definitivamente— estudió junto a Alfred L. Kroeber —cuyo trabajo acerca de los Ishi, los últimos indios Yahi de California, lo hicieron académicamente famoso—.
Desde entonces, se sumió en un período de actividad frenética que duró casi una década: viajó a Yucatán para estudiar a los mayas; también se trasladó al oeste de Guerrero para estudiar la cultura de los Tepuztecas. Así mismo, comenzó su carrera de profesor de antropología en el Mexico City College, llegando a fundar dos revistas académicas y a publicar alrededor de ciento cincuenta artículos, panfletos y libros.
Para entonces, Barlow ya había entregado los manuscritos de Lovecraft a la Universidad de Brown, convenciéndoles de que aceptasen los restos de su colección de ficción extraña, a cambio de otorgarle una imprenta en la que pudiera publicar un periódico náhuatl (para que así los descendientes de los aztecas pudiesen leer en su propio idioma).
Después, viajó a Londres y París para consultar códices mexicanos. Fue nombrado presidente del departamento de antropología de la Ciudad de México. El poeta Charles Olson, que se hizo con algunos de los escritos de Barlow a finales de los años cuarenta, los calificó como: "la única experiencia íntima y activa de los mayas aún impresa".
Era como si Barlow finalmente hubiese abandonado la fantasía por la auténtica realidad, aunque, cualquiera que haya leído las historias de Lovecraft sabrá que los dioses aztecas revestidos de escamas, plumas, colmillos y salvajes ojos redondos, eran personajes muy del gusto del escritor —quizá Barlow hubiese encontrado en la “horrorología” de Lovecraft ese gusto por el pasado mesoamericano—.
Pero, desafortunadamente, todo esto no compensó aquello que había perdido. << Cuando tengo un período de tiempo libre y no me encuentro realizando ninguna actividad, me siento más descontento…>> —escribió Barlow en una autobiografía fragmentaria e inédita —. << Invento mil placeres simulados para mantenerme ocupado de otra manera, o me agoto para no pensar en ninguna otra actividad, sino solo en el sueño… >>
A finales de la década de los cuarenta estaba agotado, y sus ojos —que nunca estuvieron bien— comenzaron a fallar. Y cuando un estudiante descontento lo amenazó con denunciarlo por ser homosexual, Barlow decidió que ya había tenido más que suficiente: el 1 de enero de 1951 se encerró en su habitación y tomó veintiséis tabletas de Seconal. Antes, dejó una nota manuscrita en la puerta en la que podía leerse: "No me molestes, deseo dormir durante mucho tiempo". Estaba escrita en maya.
August Derleth y Donald Wandrei, mientras tanto, habían publicado un primer libro de relatos de Lovecraft —con rotundo éxito— seguido por otros dos más. La consecuencia: a mediados de los cuarenta, la reputación de Lovecraft como maestro del horror había crecido hasta el punto en que Edmund Wilson (escritor y crítico literario), decidió utilizar las páginas del The New Yorker para desinflar la burbuja de admiradores que el extinto Lovecraft había adquirido. Y así dijo:
<<El único horror real en la mayoría de estas ficciones es el horror del mal gusto y el mal arte… >>
Pero, sus palabras no consiguieron denostarlo, todo lo contario; Lovecraft y su “cosmos” seguían sumando adeptos de forma exponencial.
De hecho, es sabido por todos que hasta la más nimia de sus obras se halla impresa hoy en día —por ej. "The New Annotated HP Lovecraft" editado en 2014—, y que su visión del “horror” inspira obras literarias, cómics, videojuegos y toda clase de merchandaising en los que la cabeza de Cthulhu —el dios primigenio con cabeza de pulpo abisal —, parte como buque insignia en los logos para camisetas, tazas, etc…
Frente al éxito de su Maestro, el discípulo Barlow se sumió en el ostracismo literario, en el más errabundo de los olvidos. Incluso "The Night Ocean", obra en la que Lovecraft apenas agregó un par de frases —tal era su calidad—, fue atribuida (casi hasta nuestros días) en autoría, al de Providence.
La vida de Barlow, que abarcó los mundos de ficción extraña, la poesía experimental y la antropología (en inglés, español y náhuatl), es difícil de explicar. Según el académico Marcos Legaria, nueve han sido las personas que, hasta la fecha, se han sentado para escribir una biografía de Barlow y no hubo ni uno sólo de ellos que no se diese por vencido.
Y es que, la oscuridad en la que mora Barlow es quizás el reflejo de una ansiedad insoportable —acrecentada por la horda de fanáticos de lo weird, las crecientes sospechas, desde los años cincuenta acerca de la homosexualidad de Lovecraft y las constantes y actuales de su conciencia xenófoba del mundo—.
Lo cierto es que Barlow no inventó a Cthulhu. Vivió en el gran sueño de Lovecraft, pero, jamás se convirtió en un gran soñador: allí en donde Lovecraft aprendió a soterrar temores y deseos, Barlow tuvo relaciones sexuales y vio el mundo. Allí en donde Lovecraft imaginó a los terribles Profundos, él aprendió a conocer cómo eran realmente las personas…
Literariamente se dice que, el hecho de que Barlow tenga una influencia “extraña” en el mundo de la ficción, no se debe únicamente a Lovecraft ni a que toda su actividad fuera en última instancia en su propio perjuicio.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Colegio de la Ciudad de México atrajo a varios estudiantes en el G.I. Cuenta. Uno de ellos era William S. Burroughs, que había ido a México con su esposa Joan Vollmer, escapando de los cargos por consumo de drogas que tenía en el condado de Louisiana. En la primavera de 1950, Burroughs tomó una clase de códices mayas con el profesor Barlow, del que se decía que era un gran maestro: <<Tenía una facilidad de expresión que atraía a la vida hechos que habían muerto hacía tiempo…>>— decía de él un amigo. De hecho, las imágenes del mundo Maya son recurrentes en las obras de Burroughs (en "The Soft Machine", el narrador hace alarde de su conocimiento de arqueología Maya y del secreto significado del ciempiés; en “La forma de Ah Pook”, al igual que en “Almuerzo Desnudo” se habla acerca del dios de la muerte como el Dios del ciempiés). Y es que, la visión de Burroughs acerca de un mundo de "adictos al control" embrujados por la muerte es, entre otras cosas, una transfiguración de lo que sabía sobre la teocracia maya, y que habría aprendido, sin género de dudas, de sus clases con el profesor Barlow.
[… ¿Alguna vez indagaste en los códices mayas? ]— pregunta uno de los personajes de "Almuerzo desnudo"—. [Lo imagino así: los sacerdotes —alrededor del uno por ciento de la población— hicieron transmisiones telepáticas para instruir a los trabajadores de cómo sentir y cuándo…]
Pese a todo, Burroughs no se conmovió por la noticia de la muerte de Barlow. De hecho, estas fueron las palabras que escribió a su amigo Allen Ginsberg acerca del suicidio de Barlow:
<< … un tonto profesor de K.C., Mo., jefe del departamento de Antropología, se quitó la vida con una sobredosis de “bolas para tontos”. ¡Vomitaría por toda la cama! ¡Agh!, no puedo ver a una patata suicida… >>
Paradójicamente, nueve meses después y tras una borrachera, Burroughs le disparó un tiro en la cabeza a su propia esposa.
Quizás los horrores que secundan la vida sean, en cierta medida, la materia prima en la que se basan los escritores para poder plasmar sus miedos, sus temores y sus frustraciones vitales. He aquí la historia de Barlow, que nos recuerda, cuántas luces y sombras dejan los genios tras de sí.