Por José R. Montejano
Martin Simonson es el traductor al español de algunas de las obras de J.R.R. Tolkien, maestro de la literatura fantástica; aquel que forjó —como nadie— los pilares de un cosmos “heroico/fantástico” único, con su propia “evolución e involución” histórico-lingüística.
Simonson ha dado a ese gran sentido de la Maravilla de la obra de Tolkien, una comprensión al castellano; haciendo que los hispano-hablantes podamos disfrutar del mundo fantástico y singular del autor británico. Es pues, para todo “Círculo de Lovecraft”, un honor poder entrevistar a este gran traductor.
J. R. M. (José R. Montejano) - Nuestra primera pregunta, Martin, sería: ¿qué ha supuesto para ti poder trabajar en base a la obra de Tolkien? ¿Qué evocaciones trae a tu mente, su gran y complejo trabajo artístico?
Martin Simonson - La tarea de trasladar una obra de Tolkien a otra lengua resulta muy gratificante para alguien que, como yo, se dedica a estudiar y escribir sobre su literatura, pero también supone un reto de primer orden, dada la calidad lírica de sus textos y el particular tono arcaizante presente en muchas de sus obras. Asimismo es una gran responsabilidad, ya que el autor inglés cuenta con un buen número de lectores incondicionales, que mirarán con lupa cualquier nueva traducción que se realice, para ver si está a la altura de los trabajos previos.
En cuanto a lo que me evoca el mundo de Tolkien, pues muchas cosas. Las obras en su conjunto pueden ser contempladas como un corpus de historias y leyendas mitológicas más o menos coherente. Prácticamente todas sus expresiones literarias — y buena parte de sus investigaciones filológicas — están interrelacionadas, de modo que los lectores, aunque sean casuales, no suelen tardar mucho en darse cuenta de que el conjunto conforma un tapiz literario de enormes proporciones, dotado de una profundidad temporal y espacial absolutamente sobrecogedora. Tolkien construye su legendarium de tal manera que abre múltiples posibilidades de entrada y salida de su universo literario; algunos lectores entran por la vía de El hobbit (la mayoría); otros quizá empiecen por El Señor de los Anillos o por alguno de los relatos breves, como Egidio, el Granjero de Ham. Pocos comienzan con El Silmarillion, pero una vez que lleguemos a esa obra y aprendamos a apreciarla por lo que es — la piedra angular del legendarium de Tolkien, nada menos — se convierte en un punto de referencia ineludible, que arroja una luz trascendental sobre el resto. Esa posibilidad de entrar por diferentes vías, y el hecho de que lo que encontremos nos incite a adentrarnos cada vez más en el sugerente mundo que va tomando forma en nuestra mente, quizá sea uno de sus mayores atractivos, y pienso que es clave en el éxito que Tolkien ha tenido entre un público lector tan amplio. “El camino sigue y sigue”, como diría Bilbo.
Imagen cedida por el autor
J. R. M. - Y ¿cómo es el proceso de traducción?, ¿qué pasos han de darse para que podamos dar por concluida nuestra labor como traductores de un libro?
Martin Simonson - El proceso de traducción suele venir determinado por los plazos de entrega, pero lo normal es que el traductor realice una primera lectura a la obra, prestando especial atención al estilo más que al contenido, tratando de encontrar el tono y los registros básicos que dominan la narración. A partir de allí, comienza la labor de traducción propiamente dicha, donde primero se realiza un primer borrador, dejando en rojo determinados pasajes que entrañen dificultades especiales, así como términos concretos que no terminan de resultar satisfactorios por un motivo u otro. Después, la primera revisión de este borrador se centra en solventar estas cuestiones y dejar una versión limpia de dudas de tipo gramatical, sintáctico, semántico, etc. La segunda revisión es estilística; aquí es donde se termina de pulir las expresiones, procurando imprimir un estilo coherente, claro y fácilmente identificable para facilitar la lectura al máximo (dentro de los límites impuestos por el propio original).
En el mejor de los casos, el traductor conoce al autor previamente; lo ha leído y lo aprecia; entiende sus motivaciones y está familiarizado con su estilo y sus particulares guiños y manías.
He traducido una treintena de libros de diversos géneros, desde novelas gráficas y ensayos de historia militar y social, obras de teatro y relatos breves, así como diferentes tipos de novelas (novela negra, realista, fantástica e histórica). La obra de Tolkien es muy diferente del resto, en parte porque no se enmarca en un contexto literario concreto — él inventa su propio género, que a su vez proporciona y facilita un diálogo entre varios géneros literarios del mundo real, que van desde los relatos mitológicos de la Antigüedad Clásica y el mundo germánico, pasando por obras épicas y de romance medieval, introduciendo referencias y guiños a las tradiciones de la novela gótica, los cuentos de hadas originales del siglo XIX, la novela de aventuras británica y la novela pseudomedieval de autores como William Morris. Esto presupone que el traductor debe conocer y ser capaz de emular, hasta cierto punto, los registros presentes en dichos géneros. En otras palabras, hay que leer mucho, de todas las épocas, para hacer frente a la tarea de traducir a Tolkien.
J. R. R. Tolkien
Por otra parte, traducir a Tolkien requiere una labor sosegada y reflexiva, ya que el autor pesaba, medía y saboreaba cada palabra y frase, leyéndolas en alto varias veces antes de someterlas al papel en su versión final. Esto implica que el traductor debe realizar la misma meticulosa labor, a partir de un texto original que a menudo resulta difícil de procesar para un lector no acostumbrado. Me explico: a Tolkien no le preocupaba, en primer lugar, que las frases sonasen naturales para un lector contemporáneo (digamos que de mediados del siglo XX), sino que encontrasen un lugar natural dentro del propio contexto de la obra. Tolkien se preguntaba a menudo cómo sería el mundo en que las palabras de sus idiomas inventados fueran viables y tuvieran pleno sentido. No pensaba primero en las características de un lugar inventado, y después lo retrataba con palabras, sino al revés: las palabras inventadas iban dando forma al mundo. Esto, trasladado a un inglés inteligible para lectores modernos, se traduce en la presencia de expresiones arcaicas o arcaizantes, que deben encontrar un reflejo adecuado en la lengua de destino — y también dentro del contexto del resto de la obra de Tolkien ya traducida. Por ello es también importante que un traductor que se enfrente a la tarea de traducir una obra de Tolkien conozca el resto de sus obras. Existen conexiones importantes que no se pueden obviar; una multitud de hilos conductores que se entrelazan a lo largo del legendarium, desde los primeros atisbos de Arda que estaban presentes en los textos redactados en 1916-17, hasta El herrero de Wootton Major, el último relato completo que publicó en 1967. Por poner un ejemplo, uno de estos hilos conductores es la preponderancia de los árboles y su papel dentro del conjunto de la obra de Tolkien.
Ilustración de J. R. R. Tolkien
J. R. M. - A colación de la anterior, ¿cómo te enfrentaste a la traducción de las obras póstumas del Legendarium?
Martin Simonson - En primer lugar, como comentaba antes, resulta necesario conocer el contexto en que se enmarca cada obra para poder hacer un trabajo decente. En mi caso, llevaba leyendo e investigando sobre la vida y obra de Tolkien desde hacía muchos años, de modo que tenía la ventaja de conocer el resto de su obra y las diversas vicisitudes de la misma en cierta profundidad. Gracias a esta investigación — y a las interminables conversaciones y consejos del director de mi tesis, el especialista Eduardo Segura — ya había recopilado una buena colección de libros de referencia que abarcaban todos los aspectos imaginables de la obra de Tolkien, por lo que tenía a mano bastante material biográfico y crítico, fruto de las labores de otros investigadores, para consultar en caso de necesidad.
También me gustaría resaltar que en las obras de Tolkien en que he partcipado como traductor no he sido el único (más que en el caso concreto de La historia de Kullervo). Para la traducción de la versión de Beowulf de Tolkien, por ejemplo, tenía la fortuna de poder trabajar con excelentes traductores y especialistas como Nur Ferrante y el mencionado Eduardo Segura, que es uno de los mayores expertos en la obra de Tolkien a nivel mundial. Nos leíamos y comentábamos nuestras respectivas partes, lo cual incidió muy positivamente sobre el resultado final, sin lugar a dudas. En la traducción de la edición para conmemorar los sesenta años desde la primera publicación de El Señor de los Anillos traduje parte de la Guía de Lectura, algunas cartas de Tolkien previamente inéditas, así como varios ensayos y nomenclaturas del propio autor inglés. En lo referente a Beren y Lúthien y La caída de Gondolin, me limité a traducir las partes redactadas por Christopher Tolkien, así como aquellos fragmentos de relatos, cuentos y poemas que no habían sido traducidos previamente. Con esto quiero decir que traducir a Tolkien es un trabajo en equipo, y además no recae únicamente sobre los traductores que trabajan contigo o los que te han precedido en el tiempo; también están presentes los correctores de la propia editorial, que revisan concienzudamente los textos (y por los que profeso una admiración tan sincera como merecida, dicho sea de paso). El trabajo de coordinación, supervisión y edición propiamente dicho es otra faceta muy importante, que corre a cargo del equipo editorial de Minotauro Ediciones en este caso (aquí me gustaría mencionar el riguroso y encomiable trabajo de las editoras Vicky Hidalgo y Natàlia Sánchez, que además destacan por su amabilidad y paciencia). En definitiva, una traducción es un trabajo en equipo, y es muy gratificante ser parte de un grupo de personas tan competente y comprometido con el legado de Tolkien en español.
J. R. M. - De las obras de Tolkien, ¿cuál es aquella que te despierta un marcado interés (por circunstancias o razones “X”)?; aquella que más te ha abalizado en lo íntimamente personal, Martin…
Martin Simonson - En diferentes momentos de la vida, diferentes obras de Tolkien te hablan de manera diferente. Cuando era adolescente, por ejemplo, no sabía apreciar la solemne y austera belleza de El Silmarillion, pero sí me entretuvo El hobbit, con sus lejanos ecos de un mundo antiguo e insondable, mezclados con la rústica comicidad de los enanos y Bilbo. Lo bueno de Tolkien es que puedes volver casi a cualquiera de sus obras y encontrar nuevas dimensiones que te conmueven de manera diferente. Un relato en apariencia sencillo como El herrero de Wootton Major adquiere dimensiones mucho más hondas después de leer el ensayo Sobre los cuentos de hadas, y contiene profundas reflexiones espirituales, existenciales y estéticas que pueden pasar desapercibidas para un lector joven. Los hijos de Húrin me parece una gran obra trágica, a la altura de los grandes clásicos universales (y aquí me inclino por la versión de Christopher Tolkien publicada en 2007), mientras que el relato inconcluso Aldarion y Erendis ofrece una visión realista sobre las relaciones matrimoniales y las obligaciones de la vida adulta, difícil de apreciar si no has vivido en pareja y no conoces de primera mano las responsabilidades, tensiones y desengaños que inevitablemente se producen en cualquier relación con el paso de los años. Dicho lo cual, El Señor de los Anillos es su obra magna, un “relámpago de un cielo claro” tal y como dijo su amigo C.S. Lewis en su momento, en alusión a su impresionante originalidad y fuerza narrativa.
Ilustración de John Howe
J. R. M. - Y La caída de Gondolin, ¿cómo ha sido el traducirla, (ya que será éste el último libro que —se dice— editará Christopher Tolkien)?
Martin Simonson - Ha sido un proyecto especialmente bonito en la medida en que, como bien apuntas, será la última obra editada por Christopher Tolkien. Desde la muerte de su padre, CT ha realizado una labor increíblemente coherente, sensible y sistemático, propia de un investigador muy perspicaz que además cuenta con grandes dotes como escritor y editor. Ninguna otra persona podía haber conseguido lo que ha hecho Christopher — por su sensibilidad, sus conocimientos, su experiencia, su manera de entender los textos (¡y descifrar la letra!) de su padre, y por haber escuchado y ayudado al autor desde niño (dibujando mapas, corrigiendo textos y realizando lecturas críticas); en definitiva, ha sido parte integral e instrumental del legado global literario de Tolkien. Las sucesivas ediciones que ha realizado de las obras de su padre suponen un impresionante tour de force, una proeza en toda regla.
J. R. M. - Próximamente, Amazon Studios nos adentrará en los mundos de Tolkien con su serie “ubicada” en El Señor de los Anillos. Sin embargo, y cuando Christopher Tolkien —esperemos y esto suceda en un futuro muy lejano— no se encuentre entre nosotr@s, ¿piensas que existe, acaso una remota posibilidad, de que Legendarium pueda llegar a deteriorarse (en base a la memoria histórica que de los escritos de su padre tiene Cristopher, o que termine transformándose en una especie de “multifranquicia” o marca)?
Martin Simonson - Claro que existe esta posibilidad — de hecho, lo más probable es que ocurra justo eso, teniendo en cuenta la postura de muchos de los actuales herederos del Tolkien Estate, que han tomado las riendas del legado de Tolkien tras la retirada de Christopher. Por las leyes que regulan el copyright, mantendrán la propiedad intelectual de las obras de Tolkien hasta el año 2043, de modo que en los próximos veinticinco años podemos esperar interpretaciones y adaptaciones de la obra de Tolkien de la más variada índole. Las adaptaciones pueden generar un efecto de distorsión, naturalmente. Por ejemplo, más de un lector reciente se habrá sorprendido — o incluso puede haberse sentido engañado — al leer El hobbit por primera vez, después de haber visto las películas de Peter Jackson. Para muchos de ellos, la obra original de Tolkien constituye más bien una versión de la obra de Peter Jackson, y no necesariamente mejor.
El propio Tolkien se posicionaba en contra de las adaptaciones cinematográficas, especialmente después de la desternillante (y para Tolkien chocante) propuesta de guión que le llegó a finales de la década de 1950 de la mano de Morton Grady Zimmerman, para una versión de El Señor de los Anillos. Ya en 1938-39 dijo en su ensayo Sobre los cuentos de hadas que las imágenes y las representaciones visuales y auditivas generan otro tipo de efecto en la mente del espectador con respecto a la reacción suscitada por las palabras en un lector. Según Tolkien, en el caso del teatro, por ejemplo, la mente se relaciona de manera diferente con la ficción que presenta, ya que la realidad ya está construida y “terminada” para el espectador. Un lector, por el contrario, debe tomar parte activa en el proceso y (re)crear el mundo evocado por las palabras en su propia mente, ya que éstas estimulan la imaginación de manera diferente, a través de otro tipo de sugestión.
Ilustración de J. R. R. Tolkien
Sin embargo, Tolkien también dijo en sus cartas que deseaba que otras manos dieran continuidad a su legendarium, expandiéndolo con sus propias interpretaciones artísticas — ya fueran en forma de música, pintura o drama. Creo que ésta es una postura más coherente con las propias convicciones de Tolkien que, a fin de cuentas, giran en torno a la necesidad de aceptar el arte como un Don, no una posesión personal, y procurar que ese Don pueda “saltar de mente en mente”, refractando y repartiendo la luz del Creador original hacia el exterior, como dice en su poema ‘Mitopoeia’. La voluntaria negativa a compartir tu creación y “abrirla” para el uso y disfrute de otros es precisamente lo que causa la caída de Fëanor en El Silmarillion, mientras que la aceptación de esta premisa es lo que salva al protagonista de El herrero de Wootton Major.
J. R. M. - Centrándonos más en ti, ¿en qué otros proyectos estás inmerso (ya sea como traductor, escritor…)?
Martin Simonson - Ahora mismo estoy enfrascado en varios proyectos. Por un lado estoy traduciendo al inglés una sugerente obra de literatura fantástica ambientada en una versión mitológica de Asturias. La novela, muy ambiciosa, es de Jonathan Alwars y se titula Los Quince Caballeros de la Décima Orden.
También estoy preparando para su publicación una serie de novelas de temática fantástica, organizadas en una tetralogía llamada El guardián sin rostro. Las he escrito en su mayoría con R.M Gilete, y los primeros dos títulos, El viento de las tierras salvajes y El silencio de la selva, se publicarán en diciembre de 2019.
Por otro lado, acabo de terminar una novela titulada Tierra Media 5.0, en la que unos especialistas en la obra de Tolkien han sido invitados por la empresa británica de realidad virtual Erebor Enterprises a participar en una expedición a una versión virtual de la Tierra Media en la Quinta Edad, en la que ya no quedan vestigios de civilizaciones pasadas, únicamente naturaleza. La tarea del equipo consiste en poblar el mundo de nuevas historias y criaturas, basadas en los postulados tolkienianos para las edades Primera, Segunda y Tercera. Las diferencias de opinión entre los expertos hacen que los conflictos no tarden en aflorar, y el mundo que van creando se vuelve cada vez más extravagante, violento y extraño, lejos de los propósitos de Tolkien. La premisa fundamental de la historia es que la Quinta Edad de la Tierra Media en realidad viene a ser nuestro propio futuro tras una especie de hecatombe, y pone de relieve los problemas derivados de nuestra actual existencia en el limbo entre el mundo virtual y en mundo físico, y los altos niveles de manipulación ejercidos sobre nosotros a través de Internet.
Por último, este año publicaré también una novela corta escrita hace varios años titulada “James and the Late Summer Moo (“James y la última luna del verano”). Contará con la colaboración del fotógrafo Thomas Örn Karlsson. Con Örn Karlsson he trabajado previamente en otra novela, y ahora mismo estamos preparando textos e imágenes para una exposición que tendrá lugar en Paris a principios de octubre.
Ilustración de John Howe
Estupenda entrevista, felicidades a entrevistado y al entrevistador.
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