miércoles, 7 de octubre de 2020

Trol - Luis Pérez Ochando: Donde nada es lo que parece

Afrontar el análisis de una obra que, a priori, vislumbras enlazada con una fabulación para niños, te lleva a adentrarte por entre su lectura con la característica ingenuidad que hace alusión a su forma externa, a su apariencia cutánea… ¡Craso error!, amig@s mí@s, porque Trol, ópera prima —en lo que a novela se refiere, editada por Ediciones El Transbordador— de Luis Pérez Ochando, nos retrotrae a la significativa evolución del paradigma más explícito de lo que es el Cuento: ese género literario que aparenta sencillez, pero, que no es sino una excelsa joya de la literatura que, durante su trayecto, ha ido caminando por el mundo perdiendo su filiación y su lugar de nacimiento para hacerse eterno; para, como diría Jodorowsky, desde su exposición fantástica orientarnos en valores que nos enseñen y ayuden a desenvolvernos por el horizonte de lo que por real tenemos. 

 —¿Es Trol fantasía oscura? —pregunto, ingenuamente a su autor. 

Y el enigmático escritor me deja caer un: —Algo así… 

¡Oh, amig@s, cuán engañada estaba! Trol es mucho más que un cuento: es un híbrido de lo Fantástico que se alimenta de miedos; miedo a la incomprensión, a la soledad…, en definitiva, miedo a lo distinto. Lo desemejante que, de la noche a la mañana, irrumpe por entre la aparente calma chicha de un hogar —fingidamente— consolidado. Un hogar con personajes que caminan hacia el abismo que conduce a un agujero: uno grande y negro y silencioso que es análogo a la topera por la que cae Alicia en su mundo inverso. Un mundo del revés en el que el lector de Trol se sumerge, acompañando a la protagonista, por entre los intersticios de una historia que, con una prosa armónica y rítmica, directa y colorida, conjunta el brillo del cuento con la profundidad metafísica que narra la soledad del monstruo; desamparo cuasi ontológico porque, desde inmemoriales épocas —ya con el Minotauro cretense—, los monstruos acechan al hombre, conviven con él y le provocan ese malsano y morboso regusto por aquello que se viste con anomalías físicas o psíquicas y que dará lugar a sus consecuentes representaciones fantásticas. 

Y es que, inmersos en nuestra cultura occidental —hermanada con una cosmovisión ético/espiritual—, no podemos desvincularnos de ese referente poderoso que nos ha llevado a emparejar el concepto de Monstruo con el de Maldad. Porque, preguntémonos tod@s, ¿somos, realmente, seres empáticos que tienden a una inexcusable sociabilidad y a cuidar de los suyos? ¿Sí?, ¿no? 

Ilustración de Brian Froud

En mi humilde opinión, creo que tod@s tenemos dos caras como el dios de las puertas, transiciones, finales y comienzos, Jano bifronte —Patulsius y Clusivius—, que no vienen sino a representar la bipolaridad de lo unitario: el bien y el mal, o la heroicidad y villanía que albergamos en el interior de nuestro portal anímico. Porque esto último —la maldad— también reside en nosotr@s... Sí, en tod@s nosotr@s. Y es ese Factor D el que nos impulsaría al abismo más oscuro y perverso en base al egoísmo, el sadismo, el maquiavelismo, el narcisismo o la malevolencia; en definitiva, a la figura de un malvado que en Trol se desdibuja —acaso asoma en los primeros compases— con preocupación y fingido candor, pero que, al final, como ocurre en El retrato de Dorian Grey, solo es un pigmento que desvirtúa los excesos. Excesos que emplea el extraño —que no el monstruo— para definirse, conocer su origen y su futuro; parámetros que la propia autora de Frankenstein, Mary W. Shelley, ya mostraba en su exposición de una humanidad menos insolente bajo la perspectiva de lo creado. 

“El mundo de los sueños contribuyó a elaborar la noción de un mundo irreal y espiritual, y generalmente todas las condiciones de la vida salvaje de la aurora de la humanidad condujeron hacia el sentimiento de lo sobrenatural de una manera tan poderosa, que no cabe asombrarse de cuan profunda está saturada del antiquísimo de la religiosidad y de la superstición.” 

–H. P. Lovecraft (El horror sobrenatural en la literatura

Si me permites, querid@ amig@, para terminar, te diría que Trol hay que leerlo y experimentarlo desde otra perspectiva… ¿quizás bajo una añeja ingenuidad? Sí, quizás, porque para degustar la terrible ambigüedad, el agazapado horror y la incuantificable desazón que genera en el interior de nuestro zaguán anímico, es preciso llegar a la topera de Alicia y voltearse para caer, de pie, en un mundo recto cargado de símbolos que adquieren presencias tangibles. El gran escritor de cuentos Michael Ende decía: “Muchas cosas no se pueden averiguar pensando, hay que vivirlas”

No penséis entonces, solo vivid, y vivid leyendo joyas literarias como Trol, para que su autor sea —cito al gran Óscar Wilde—: “aquel que todos leen y nadie conoce.”  

1 comentario:

  1. Qué maravilla de reseña. Estoy totalmente de acuerdo con todo, Trol es una joya que oculta muchos conceptos que apuntan a rincones escondidos de nuestro interior. Solo hay que estar un poco receptivo para disfrutarlos.

    ¡Un abrazo!

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