Vintage butterlfly by Museum Quality Artist's Canvas (1920)
Por Pily Barba«El tiempo pasa tan despacio en Sildavia,
no hay desiertos,
no hay falsa pasión».
La Unión.
La voz sigue insistiendo, oscura y cavernosa, como esa misma cara a la que pertenece: «[…] os lavaron el cerebro. ¡Os mintieron! ¿Y sabes qué? ¡Que vosotros os dejasteis!». No sabes muy bien a qué se refiere, de hecho, eres incapaz de pensar, solo te limitas a observar, embobada, ese rostro desconocido surcado de un puñado de cicatrices mal cosidas. «[…] ahora intentan que creas que eres una buena persona, algo así como un ser humano con sentimientos… gracioso, ¿no te parece? Como si no supieras de sobra cuál es tu esencia: quién eres, dónde estás, y lo que es más importante aún, por qué estás aquí. Porque lo sabes perfectamente, ¿verdad que sí? Claaaaro que lo sabes». Pero no, no lo haces, y aun así, sigues sin tomar parte: ahora es la mancha rojiza en esos rasgos lo que te tiene atrapada; atrapada y totalmente aterrorizada. «¡Los mataste, guapa! ¡Tú y tus compañeros los matasteis! ¡Y lo hicisteis sin haberos asegurado de nada!». Ahora sí intentas replicar, pero resulta que no puedes: tu garganta está adormecida, aunque sigues respirando. «¡Que no me pongas esa cara!, ¿quieres? No seas tan patética. ¡Pues claro que leo tu mente! Deja ya ese rollo de que soy una paranoia y hazte un favor, ¿quieres? Intenta centrarte de una puñetera vez. Tal vez así recuerdes quién eres tú y lo que hago yo aquí; porque en el fondo lo sabes perfectamente. Ten en cuenta que tú te lo has buscado, y lo suyo es que pagues por lo que hiciste: ya sabes, ojo por ojo y diente por diente».
¿Pero qué…? ¿Una pesadilla? ¡Venga ya! Vamos, respira hondo: inspira, espira. Inspira, espira. Inspira... Nada.
Beeeeeeep.
¿Ahora qué pasa? Ah, vale: cinturón abrochado.
Beeeeeeep.
Y aquí tenemos a la holoazafata, dispuesta a ayudar por enésima vez a mi compañero de asiento. ¡Qué tío más plasta, joder! No sé por qué me da que vamos a terminar el viaje igual que lo empezamos.
—No se preocupe, señor, acabamos de entrar en la atmósfera de Sildavia, en cuanto descendamos cien metros más, empezarán a aparecer —le dice la imagen al viejo achacoso sentado justo a mi lado—. ¿Cómo? Oh, no, no, tranquilo. Es normal que se sienta un poco desorientado, tenga en cuenta que ha permanecido en éxtasis durante un par de días. ¿Las gafas? Aquí no son necesarias, caballero, los ventanales están preparados para poder observarlos cómodamente.
Pero el viejo continúa con sus quejas y la azafata insistiendo en tranquilizarlo, así que yo desvío mi atención hacia la ventanilla y compruebo que la luz del exterior es mucho menos agresiva ahora. Aun así, no consigo verlos, y eso que ya deberían estar por todas partes: volando incluso a alturas superiores a un kilómetro. Pero yo no veo nada. O sí: algunos puntos de luz empiezan a aparecer allá a lo lejos, en el horizonte. Según los holofolletos, los voladores pertenecen a la raza luminómana, y aquellos crecen tomando una forma aparentemente humana, ¡creo! Vale, ¿pero por qué hasta ahora no nos han enseñado ni una sola imagen? ¿Por qué todo a mi alrededor ha sido tan asquerosamente secreto desde que subí a bordo? Uy, ¡qué digo desde que subí a bordo! Ya lo fue incluso antes, cuando mi jefe —el mismo que no me dio unos días libres antes de sufrir la dichosa crisis— entró en la sala de pruebas y me soltó aquello de que merecía un viajecito porque se sentía culpable.
—¿Has oído hablar de Sildavia? —me dijo, mientras toqueteaba con sus enormes manazas mi equipo de realidad virtual.
—¿Y quién no? Pero se trata solo de un mito, ¿no es cierto?
—Bueno, puede. ¿Tú qué has oído? —dijo, ya conectado y husmeando en mi nuevo programa. Sabía que odiaba que lo hiciera.
—He oído que es un lugar magnífico para el ocio, pero nadie sabe cómo llegar hasta allí. Según dicen, ese planeta es como un sueño, pero para ricachones, claro —recuerdo que ahí me di cuenta de que acababa de meter la pata, pero como el gigantesco grano en el culo no parecía escucharme, seguí como si nada—. Quien lo visita puede ver cómo se cumple uno de nuestros mayores anhelos, ¿no?
—Así es —volvió a decir, al mismo tiempo que, por el movimiento de sus manos, estoy segura de que debía estar sobándole los pechos a Alexia (mi Alexia), precisamente online en ese momento.
Y eso fue todo. Ni una explicación más. Ni siquiera si lo que había oído a cerca de Sildavia era verdad, o por qué ahora sí merecía el honor de tomarme unas pequeñas vacaciones. Y tras esa absurda reunión, así, por las buenas, había dejado que me sometieran al éxtasis y ahora estaba Dios sabía dónde o en manos de quién.
—¡Mire! ¡Mire qué maravilla! —La voz y el codazo del abuelo, involuntario, pero justo en la puñetera teta, me obligan a salir del ensimismamiento a base de masajes.
Y automáticamente me olvido de todo: ¡Ahí están! O eso parece, porque aunque lo que revolotea relativamente cerca de nuestra nave sí aparenta tener forma humana, la luz que esas mismas cosas emiten las distorsiona y me despista. Y no me queda más remedio que desviar la mirada. El abuelete, entonces, me imita, sonriéndome mientras me observa de hito en hito. Ahora el interior de nuestro habitáculo está siendo iluminado precisamente por los reflejos anaranjados que emiten los voladores más próximos a nosotros. Curioso... No es que la luz sea totalmente cegadora, pero tampoco es muy cómoda que digamos. Miro a mi alrededor y observo que nuestros rostros, cada vez más expectantes, parecen irradiados del mismo modo que lo harían si el sol estuviera penetrando a través de las ventanillas, pero nada más lejos: toda esa luz viene de los cuerpos de carne y hueso. ¿Y el calor? ¡El calor también! Con cada aproximación la temperatura sube de manera súbita y parece como si el habitáculo fuera a echar a arder de un momento a otro, y cuando ya creo ver asomar el fuego por debajo de nuestros asientos, dispuesto a lamer pies y traseros, los voladores se alejan y la temperatura desciende a toda velocidad. Parece que está todo milimétricamente cronometrado, hipercontrolado, porque sucede constantemente y a toda velocidad: se aproximan los luminómanos, y nos sobrecalentamos, se apartan, y sentimos automáticamente la refrigeración de la nave, sea cual sea el número de criaturas que se aproxime. Espero que si este cacharro está programado, o si tiene sensores o lo que sea que lo sincronice con el vuelo de las criaturas, no deje de funcionar. Como lo haga nos freímos sí o sí.
Respiro hondo. No me gusta el rollo este de los cambios de temperatura, pero imagino que no será lo único desagradable que me toque aguantar. Aun así, dicen que por todo lo demás merece la pena la experiencia, así que me dejo llevar y, a pesar del hermoso efecto visual del interior, y de estar encantada de ver la cara de idiota de los que me rodean, vuelvo mi atención hacia afuera. Vale, al menos está claro que vuelan en parejas. ¡Un momento! ¡No, no lo hacen! Pero entonces, qué forma tan extraña tienen de cruzarse los unos con los otros; con esos giros tan lentos sobre sí mismos y en torno a otros voladores. Es como si estuvieran bailando. ¿Será algo así como una especie de ritual de bienvenida? Solo espero que en algún momento nos expliquen lo que estamos viendo, aunque me da que hasta que no aterricemos nos van a dejar a dos velas.
Dos de esas criaturas se acercan: por favor, que se mantengan a una distancia prudencial, si sudo más me voy deshidrataré en nada. Vale, ¡pues ni de coña! Pero por lo menos puedo observar sus alas casi con todo lujo de detalle, y da la sensación de que son prácticamente transparentes, hechas de cristal, o de agua, o de ambas cosas a la vez. ¡Son alucinantes! Y sus dueños siguen aproximándose. Y aumentan su velocidad. ¿Giran en torno nuestro? ¡Sí!, y ahí están de nuevo, dando vueltas sobre sí mismos. ¡Genial!, porque gracias a eso puedo ver a los turistas colgados de su espalda, como minúsculas garrapatas. Empezaba a pensar que podría ser un bulo, pero no. Madre mía, y pensar que una de esas seré yo dentro de nada…
Eh, ¿por qué ese luminómano viene derecho a mi ventanilla? ¿Y tiene que ser justo ahora que los ojos no paran de llorarme? Pues no pienso cerrarlos ni loca; no he llegado hasta aquí para perderme lo mejor. ¿Y eso tan rojo es su… mirada? ¿En serio? ¡Pero si se supone que no ven! ¡Coño que no! Y además te asan mientras te observan. Menudos sofocos me están entrando… Tengo el canalillo y la espalda empapados. Bueno, qué digo, ¡todo, si estoy calada! ¿Es que la refrigeración de la nave ha dejado de funcionar o qué? Será posible, y encima soy incapaz de apartar la mirada de ella, o de él (porque soy incapaz de averiguar su sexo). ¡Me siento tan ridícula! ¡Ay, Dios! ¡Un momento! ¿Ahora qué pasa? ¡Parece como si algo quisiera aplastarme la cabeza!
¿En serio? ¡OIGAN! ¿OIGAN? ¡No me sale la voz! ¡Joderrrr, me va a dar algo! ¡Venga, va, tranquila! ¡Respira! ¡RESPIRA! Un, dos… ¡y una mierda! ¡Si es que están hurgando en mis pensamientos! ¡Que puedo verlos! ¿Pero qué…? ¡No puede ser! ¡No puedo estar viendo el interior de mi cabeza! ¡Yo no puedo hacer eso! ¡Ay, que sí, que veo mis pensamientos! ¿Cómo…? ¡Este! ¡Este mismo se acaba de materializar ahí mismo, justo delante de mis narices! ¡JO-DER! ¡Y otro! ¿Pero de dónde salen? ¿Están compartiendo espacio junto a la percepción de lo que estoy pensando que estoy experimentando? ¿Pero de verdad que todo esto tiene que ver conmigo? Sí están surgiendo constantemente, de manera muy repentina, tan… no sé, ¡sin venir a cuento! ¿A ver? Ahora parece que quieren empezar a organizarse. ¿Están formando grupos? ¡Venga ya! ¿Y qué criterio siguen? ¡Que empiezan a desfilar a toda velocidad! Pero ¿es que esta locura no se va a terminar nunca? ¡Míralos, se entrecruzan y algunos chocan entre sí; incluso la consciencia de lo que estoy observando acaba de darse un buen mamporro! ¡Esto es una locura! ¡El puto Big Bang va a tener lugar en cualquier momento dentro de mi cabeza! ¡Un momento! ¡Ey! ¡Por fin! ¡Ya parece que puedo pensar de manera lúcida, no sé por qué, ni cuánto durará, pero lo hago! Bien, pues ahora tengo que mantener la cabeza fría. Todo este sinsentido tiene que tener una explicación lóg… «Es cierto, me encanta el color rojo». ¡Por Dios! ¿Qué ha pasado? ¡Creo que acabo de bloquearme! ¿Volverse loco es esto? ¡Pues que alguien haga algo para que pare ya! ¡QUE PAREEEEEEE!
Ves un campo de cultivo, aunque no aciertes a saber qué quieren hacer crecer en él. Según te acercas, empiezas a percibirlo todo con más nitidez: es un espacio enorme, gigantesco y, sí, aquello son vainas. ¿Y ahora qué?, te preguntas, y tu bolsillo responde empezando a pesar más de la cuenta. Metes la mano y sacas una especie de linterna, que no termina de serlo. Aun así, enciendes el artilugio porque algo te dice que es lo más conveniente. Un haz de luz azul surge de esa cosa, y al contrario de lo que habías pensado, el aparato hace que todo a tu alrededor se vuelvan sombras. Empiezas a sentir escalofríos, pero no te dejas arredrar: no puedes permitírtelo. Así que diriges el haz de oscuridad directamente hacia la vaina que tienes frente a ti y las sombras te dicen que su interior no está vacío. Te acercas más, sin dejar de enfocar con ese cacharro que solo escupe oscuridad. Algo se mueve. Sí, un objeto de gran tamaño se mueve en su interior. Te agachas, pero no ves nada. Entonces apagas la linterna que no lo es y las sombras se esconden. De pronto, una luz se enciende en el interior de la vaina; reculas, trastabillas, casi caes de culo, pero finalmente guardas el equilibrio y ahora te incorporas, observando que en realidad esa luz se ha encendido en el interior de todas las vainas. Definitivamente, te tiembla todo, pero haces de tripas corazón y te agachas otra vez porque, aunque puedes ver las entrañas de la super-semilla, no distingues su contenido. Así pues, te pones de rodillas, perdiendo de nuevo el equilibrio y casi dándote de cabeza contra ella, y es entonces cuando ocurre: al intentar apoyarte sobre una mano para no estamparte de narices, sin pretenderlo, traspasas su recubrimiento membranoso y babeante y descubres lo que hay en su interior, o mejor dicho, lo que hay en su interior te descubre a ti, y al compás de un sinfín de chillidos agudos y estremecedores, sale del interior de esa cosa una criatura palmeando el aire, casi abofeteándolo, y con él, también a ti. Pero ni con esas evita que dejes de fijarte: la criatura sangra sin parar, y al compás de una morbosa exhalación, esos ojos que aún no habían tenido ocasión de ver, sin pestañas, sin globo ocular, únicamente formados por dos cuencas que emiten una luz rojiza, terminan apagándose al compás de la última exhalación.
***
Dicen que me desmayé. Bueno, pues será que sí, no lo voy a discutir. Desde luego no tengo ni puñetera idea de qué pudo pasar, pero no me extrañaría nada: ese ser tan impresionante, sus pupilas, ¡el condenado calor! Como para no perder la consciencia, no te digo... Además, está eso que dice el médico holográfico. Y podría llevar razón, ¿por qué no? Aunque fuera inconscientemente, tal vez intuí que había alguna posibilidad de que me rechazasen y eso significaría volver a casa como he venido, ¡y maldita la gracia! Así que debió de juntárseme todo y así pasó: bloqueo total y absoluto.
Pero bueno, la situación fue lo suficientemente desagradable como para andar ahora dándole vueltas. Así que paso. Estoy aquí, y estoy bien, y voy a tener la oportunidad de vivir una de las experiencias más alucinantes de mi vida. Eso sí, lo que no soporto es saber que llevo solo medio día en este dichoso planeta y ya parece que llevo tres. Y lo peor es que no sé cuánto más tendré que esperar. ¡Qué desquicie! El tiempo pasa muy despacio. Mira que me lo advirtieron, pero jooooderrrrrrrr. ¿Y por qué no me habrán dejado ver a nadie?, que esa es otra. Vale, no me ha faltado de nada, y encima esta habitación es un auténtico lujo; eso de que se transforme según mi estado de ánimo y mis necesidades es un pasote. En ese sentido es verdad que no puedo quejarme, pero, aun así, no sé, desde que estoy aquí siento como que me falta algo. Serán movidas mías, seguro, pero…
—Termine de prepararse, por favor, Vantú viene hacia aquí y volarán en menos de una hora —la holografía, que no es sino una de las interfaces del gran cerebro de este planeta, y quien se ha ocupado de mí en todo momento, simula sentarse en la cama.
—¿Quién es Vantú, el volador que me han asignado?
—En realidad, es quien le eligió a usted.
—¿Cómo? ¿Quiere decir que…?
Efectivamente, la burbuja a modo de puerta se hace a un lado y creo intuir a la criatura a pesar de toda esa claridad que me ciega. Me pongo las gafas de sol a toda velocidad: sí, es él, o ella. Lo sé. Lo siento. Es el ser de mirada ciega y rojiza que provocó mi desmayo, y ahora que comparte el mismo aire que yo, parece que cree que no es el mejor momento para acercarse y terminar con mi congoja. ¿Será posible? No sé qué mira exactamente —¡si insisten en que no ven! —; no sé qué piensa. ¡No sé qué espera de mí! Se supone que debemos mantener una conversación telepática antes del vuelo, pero yo no entiendo de eso: no sé cómo debo reaccionar, o cómo debo concentrarme o hacer surgir las palabras en mi mente, esas que Vantú necesita para comunicarse conmigo. Estos cabrones no me han explicado nada. ¿Qué hago, aparte de temblar? Estaba convencida de que nada más vernos surgiría «el asunto», pero no, seguimos siendo dos extraños encerrados cada uno dentro de su propia mente.
A pesar del silencio, y de los nervios, procuro echarle paciencia y espero estudiando su figura humana. Al fin y al cabo, creo que no me queda otra. Vale, ¡pues sigo sin tener claro si se trata de un hombre o de una mujer! Cierto es que parece tener atributos femeninos a modo de pechos, pero allá abajo, donde debería estar lo que correspondería a su vagina, no hay nada: nada de nada. ¿Me voy a quedar con las ganas? Porque no me atrevería a decir si Vantú es él o ella. Solo sé que es raro. Distinto... Por ejemplo, su rostro tiene la misma forma que el nuestro, pero su nariz y su boca en realidad son un único bulto. Y luego está su mirada, que tampoco es que me sirva de mucho: solo está ahí, impertérrita, encarnadísima e incomprensiblemente profunda, y ¡oh Dios! ¡Otra vez no! ¡NO! ¡He dejado de ver, y mi cabeza…! ¿Se me cae? ¡No la puedo controlar! ¿Qué pasa con mi cuello, es que ha desaparecido o qué? ¡Venga, intenta tragar! ¡Inténtalo! ¡O grita! ¡Haz algo, lo que sea, joder, lo que sea para poder parar esta mierda! Nada, no sirve... ¿Y por qué mi cabeza empieza a girar? ¿Quién le ha dicho que lo haga? ¡Yo no la estoy moviendo! ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo la paro? ¡No puedo controlarla! ¿Estoy soñando o qué? ¡Concéntrate, tía! ¡Piensa que estás soñando y seguro que lo haces! ¡Intenta transformar esta pesadilla en…! ¡Eh, un momento! ¡Por fin ha parado! ¿Entonces? ¡Latidos! ¿Por qué me palpita el cerebro? ¡NO! ¡QUEMA! ¡DUELEEEEEEE!
No sabes qué ha sucedido exactamente, pero lo cierto es que, de buenas a primeras, el paisaje se ha teñido del color de la sangre (aunque sabes perfectamente que no es ni la tuya ni la de los tuyos); es como si les hubieran puesto un repentino filtro a tus pensamientos. Ahora, con ese filtro, examinas en primer lugar a toda esa gente que corre de manera enloquecida; no sabes muy bien qué es lo que está sucediendo, aunque lo intuyes, pero como todo sucede tan deprisa, te ves obligada a volver tu mirada, pero no la mirada de tu rostro, sino la de tu mente y, sobre todo, la de tu ADN. Así, puedes observar a la perfección a esos proto-hombres y a esas proto-mujeres que, arracimados aquí y allá, se sostienen los unos a los otros mientras alargan unas manos cubiertas de llanto y de sufrimiento, siempre intentando alcanzar la nada más absoluta. Pobres, piensas, aunque tu curiosidad puede más que tu aprensión y en seguida te centras en ese puñado de niños y bebés amontonados que no paran de lloriquear; algunos todavía permanecen intactos, pero otros… otros ya han sido mutilados. Y luego están los muertos. ¿Los ves? Y también los que no han tenido la oportunidad de llegar. ¿Los intuyes?
***
Despierto de golpe. Asustada. Empapada en sudor. ¿Con las gafas de sol aún puestas?
—Has vuelto a desmayarte —me dice el holograma prácticamente encima de mí.
Me incorporo. Estoy jadeando. Al otro lado de la cama, Vantú permanece sentado en silencio, como si estuviera observándome, pero sin verme.
«Tu estado emocional es algo inestable aún, pero no te preocupes, volverás a tu planeta como nueva. Confía en mí».
Eso último lo ha dicho Vantú, mentalmente, pero lo ha dicho. ¿Es que nos comunicamos? Observo al holograma, pero este no dice ni mu.
«Levántate, debes vivir tu primera experiencia lo antes posible».
Su voz tiene el sonido del que se sirven mis propios pensamientos, si es que estos utilizan alguno. Por mi parte, estoy cada vez más convencida de que todo esto es una auténtica locura: ya no estoy segura de si debería estar aquí o no. Vale, estoy nerviosa, ¿asustada? Aun así, no rechisto. Me levanto y voy hacia él, o ella, y entonces sucede: Vantú se incorpora y su tamaño aumenta considerablemente. Al mismo tiempo, parte de la pared que hay frente a nosotros, desaparece, y lo mismo ocurre con el techo. El volador, cuando le vuelvo a prestar atención, mide dos veces más que yo y es entonces cuando no sé si sentirme segura o morirme de miedo.
«Ven. Acércate y asómate. Cuando planee ahí abajo, lánzate».
—¿Cómo? Pero…
Vantú da unos pasos, estira sus alas, y se precipita al vacío dejándose caer como un gigantesco peso muerto. Mi corazón se dispara inmediatamente. No puede dejarme sola. ¡No puede! ¿Es que pretende que me lance así, sin más? Me vuelvo desesperada hacia el holograma.
—Vantú está volviendo a su tamaño original, ya es incapaz de moverse en un espacio tan reducido, así que tienes que saltar. Así es cómo empieza tu experiencia.
—Pero…
—Confía en tu volador. Lánzate y uníos.
Semi-histérica, me vuelvo en dirección a la abertura por la que ha desaparecido el luminómano, y me giro de nuevo hacia el holograma. Otra vez miro la abertura. ¿Y ahora qué hago? Vale, tengo que dejarme de chorradas; cuanto antes pase el trance, mejor.
Allá voy: capucha puesta, cremallera hasta arriba y Banzaiiiiii.
Lo acabo de hacer. ¡Me he lanzado al vacío! Apretando ojos, boca y puños como si no hubiera mañana, sí, pero qué coño, lo he conseguido. ¡Eh, las gafas! ¡Acaban de salir disparadas! ¡Y la capucha, que se cierra entera y me tapa la cara! Ah, vale, pero respiro. Y veo. ¡Menos mal! ¿Y ahora qué ocurre con Vantú? ¡Puedo verlo todo a través de él! Es algo así como si estuviera colgada, abierta casi por completo de piernas y estúpidamente sostenida en el aire por ¡nada! ¡Qué raro! ¡Y encima parece que tengo acceso a sus pensamientos! Pero ¿de veras yo estoy preparada para esto? ¿Yo? ¡Guau, y qué vistas! ¡Qué mogollón de islas! ¿Esos puntos de luz serán edificios? Vale, seguro que no lo son, pero tampoco creo que todo eso sea producto de mi imaginación: estoy convencida de que observo lo que mi mente es capaz de procesar para poder asimilar lo que esta gente crea que tengo que asimilar. ¡Ellos sabrán! Lo que yo entiendo es que volar sobre Vantú, además de ser una experiencia única, me está proporcionando un equilibrio mental que, de otra forma, sería incapaz de alcanzar, y está claro que a él también le sucede lo mismo; sé perfectamente que esta especie de repentino cosquilleo mental que siento ahora es el luminómano chequeando y registrando lo que veo y pienso. Claaaaaro, ¡ahora lo entiendo! ¡Por eso son tan importantes nuestras visitas! ¡Las capacidades que les faltan a ellos, las adquieren a través de nosotros, los turistas!
Estoy notando el batir de sus alas impulsado por la escuálida musculatura de mi espalda. ¡Soy yo quien las mueve! Verás, mañana voy a tener unas agujetas de morirme, pero bueno, a estas alturas, a quién le importa. Además, sé que precisamente mañana será otro día, seguramente uno de esos de bajona después de un subidón tan bestial como el de hoy, así que mejor disfrutar del aquí y del ahora. De hecho, ¿para qué esperar más? Estoy empezando a sentir un nuevo impulso. Es muy, muy fuerte: necesito llevar a cabo mi primer tirabuzón. Sé que soy capaz de ello, así que allá voy. ¡GUAUUUUUU! ¡Vuelo (volamos) más rápido! ¡Más y más! Subimos y bajamos como auténticos surfistas llevados por olas invisibles. Y, mientras, empiezo a asimilar aquello que Vantú me transmite. ¡Qué pasada! Así que la forma de esos edificios, su color y luminosidad, es todo lo que mi mente ha de observar para mantenerme en equilibrio con el entorno y familiarizarme con mi interior: mi auténtico yo. Bien, y veo que las aguas rosadas que rodean cada isla —algunas en tono pastel, y otras de un rosa algo más estridente y sucio— son tooooda mi experiencia; mi forma de ver la vida y mi personalidad. Qué curioso… ¿Y aquello tan flipante? Parece una especie de lluvia globulosa. ¡Qué negruzca es! Pero al mismo tiempo aparenta ser más o menos ligera y cambiante. Qué extraño, es como estar rodeado de pompas de jabón, aunque algunas de ellas son algo más gomosas que el resto, y siento que las que van volviéndose más livianas y transparentes, las que sí parecen auténticas burbujas, son esos pensamientos y sensaciones negativos que ahora van transformándose: los que estoy asimilando. Me resulta incómodo, pero he de dejarme llevar. Vale, allá voy… Parece que todo lo que me ha estado castigando durante tanto tiempo empieza a dejar de hacerlo, o al menos no me agobia tanto. Se va pulverizando poco a poco. Se esfuma. Sin más. Pluf. Ahora mismo, me resbala por completo el haber sido rechazada por mis padres durante casi la mitad de mi existencia: me da exactamente igual si los decepcioné o no. Y también me la traen al pairo las críticas y las burlas de mis colegas, o que Sandra me dejase por otra… Sí, esta sensación es un auténtico flipe. ¿Eh? ¡Ooooooooooooooooh! ¡NOOOOOOOOOOOOOO!
Estás muy distinta; te sientes tan ajena a ti misma, a tus pensamientos y a tu propia naturaleza… pero es normal, ahora es cuando empiezas a comprender y lo haces encarnada en una enorme nave no tripulada. Así pues, totalmente absorta, ves cómo dejas atrás algunos satélites naturales y continúas avanzando y avanzando, hasta que, repentinamente, atraviesas un par de anillos y por fin te acercas al planeta gaseoso: Júpiter. Este es realmente imponente y, cómo no, está marcado con esa gran mancha rojiza (sí, aquella voz en tu cabeza. De eso se trataba). Ahora ya sí tienes claro que has llegado a las coordenadas estipuladas, y lo orbitas dispuesto a estudiarlo, puesto que esas son precisamente tus órdenes: tu misión es seguir informando a la raza humana de lo que pase, de ahora en adelante, allá abajo.
Entre tanto, dentro de esa misma mancha que los terrestres creían que era un fenómeno atmosférico, está teniendo lugar el milagro: ellos, la nueva raza. Cierto, por el momento solo se trata de lo que en un futuro será el pensamiento de estos seres; solo existe un pequeño esbozo de lo que en próximas décadas será su sistema nervioso, pero esto ya es un comienzo. Y es un gran comienzo. Aun así, mientras ellos residen pacíficamente en el mismo ojo de la tormenta, desarrollándose impasibles a partir de energía y materia interestelar, tú sigues adelante procediendo a enviar al planeta varias de tus sondas. Es entonces cuando las futuras mentes alienígenas te perciben y se revuelven; excitadas primero y enloquecidas después. Y, justo en el momento en el que la primera de esas sondas penetra dentro de la mancha rojiza, todo el origen de la nueva raza alienígena empieza a desorganizarse y se produce el gran desastre: la evolución se detiene y, lo que antes se expandía, al haber permanecido quieto durante una milmillonésima de segundo, ahora involuciona. Ya es imparable: las supra-mentes en período de gestación comienzan a atrofiarse. Algunas, las más recientes, sencillamente se evaporan. La futura raza, aquella sembrada en el planeta-casi-sol, por ser este el hábitat perfecto para su desarrollo mental, definitivamente está pereciendo.
***
Estoy agotada, y confusa, y una vez más tumbada sobre la cama. Vantú está a mi lado y de nuevo ha menguado. Por primera vez, no tiemblo al observarlo, y ya no necesito protección de ningún tipo frente a él.
«¿Por fin sabes lo que eres?»
—Sí —le contesto en voz alta, comprendiendo que en realidad no es el volador quien habla dentro de mi cabeza. Alguien lo utiliza: Vantú es solo una marioneta—. El contacto interior ha revelado que mis genes han asesinado, aunque de manera indirecta, pero lo hicieron. También sé que en la próxima ocasión seré yo misma quien lo haga, no mi pasado. Y lo haré para vosotros.
«Me gusta el resultado. Por fin se te ve dispuesta y capaz, como al resto de los elegidos».
—¿Quiénes son los elegidos? —el tono de mi voz, fuera de mi mente, se asemeja cada vez más al de una máquina. Pero no lo soy, aunque sí es cierto que he terminado de ser programada como podrían serlo ellas. Y me siento a gusto. Por primera vez en mucho tiempo, me siento yo.
«Los elegidos son otros seres humanos, por supuesto. Algunos ya están preparados y otros empiezan a estarlo, como es tu caso. Pero hemos de continuar».
Asiento en silencio y espero.
Sé que permanezco aún en la habitación, acompañada de Vantú, sin embargo, me veo a mí misma sobrevolando otra vez Sildavia sobre su espalda. Y me siento bien. Cada vez mejor. Volvemos a estar íntimamente conectados y otra vez soy humana y luminómana al mismo tiempo. Gracias a ello, observo que estamos sobrevolando un sinnúmero de líneas tridimensionales: son luces que van y vienen, que cambian de color, de dirección, de velocidad e incluso de tamaño. Se encogen y se dilatan; se cruzan y se tocan cuando es necesario, pero siempre dentro del mismo espacio circular. Ya tengo claro de qué se trata: es el cerebro de Vantú. De él, extraigo el resto de la información que necesito. De este modo, sé a ciencia cierta que ellos han sido creados por los mismos padres de aquellos que la raza humana destruyó accidentalmente. ¿He dicho accidentalmente? Tiene gracia… Bien, no es la única raza que han creado. Lo veo. Pero la luminómana fue configurada pensando precisamente en un futuro acoplamiento con nosotros, los humanos, para unirnos y terminar convirtiéndonos en seres superiores, como es ahora mi caso. Los visitantes, hemos de transformarnos y estar dispuestos a exterminar aquello que ha de ser exterminado; esa china en el zapato del cosmos: el ser humano.
***
—Pero sigo sin saber qué he de hacer. ¿Cómo voy a destruirlos?
«Solo tienes que regresar a la Tierra y ser tú. Nada más».
—Sigo sin entender, ¿nada de violencia? ¿Nada de sangre? ¿No habrá dolor?
«Sí que habrá dolor, y todo eso que añoras, créeme. Solo tienes que darle tiempo al tiempo. Tú pondrás la semilla de la misma forma que lo están haciendo otros, eso es todo: debéis continuar introduciéndoos en las altas esferas, envenenándolas y procurándonos al mismo tiempo a más de vosotros. Gracias a nuestra ayuda, tus congéneres verán la luz al igual que lo has hecho tú. Hasta el último miembro de tu raza, debe entender que su existencia no merece todo lo que está dejando por el camino. Habéis abusado demasiado del medio, de la vida, de vosotros mismos, y ha llegado el momento de pagar, o de lo contrario, quién sabe qué más desgracias provocarán vuestras enrevesadas mentes. No podemos permitirlo, y sé que lo entiendes. Algunos de nuestros hijos murieron prematuramente, pero, créeme, no lo hicieron en vano…».
Entiendo, claro que lo entiendo, pero ahora mi duda es cómo podremos aniquilar al ser humano. Mi antigua raza es inteligente y hasta el momento ha sabido cómo apañárselas para salir del paso. Incluso cuando la propia especie se ha puesto la zancadilla, ha sabido buscar soluciones. Contra la evolución, no imagino qué tipo de arma o programación puede ser capaz de combatir y salir victoriosa.
«La respuesta es bien sencilla... Hay una forma infalible de asegurarnos el exterminio: gracias a la conexión mediante nuestros voladores, hemos llegado a comprender distintos e intrigantes aspectos de la naturaleza humana. Me refiero a virtudes tales como la nobleza, la honestidad, o la dignidad, las mismas que han sido suprimidas en todos nuestros visitantes: en ti. Tu memoria, ya solo contiene datos acerca del significado de esos términos u otros igualmente encomiables como pueden ser la compasión o la ecuanimidad, pero, dime, ¿no es cierto que ya no tienen sentido para ti? Claro que es cierto. Pues bien, cuando el mínimo resquicio de humanidad haya sido extirpado de todos los miembros de tu raza, tendremos el arma definitiva. La más eficaz: la inhumanidad. Ni siquiera la inteligencia podrá combatir contra ella, créeme. Nada podrá evitar el declive, puesto que solo vuestros aspectos más negativos serán los que primen, y estos darán paso a una irremediable involución: vuestro propio comportamiento, sin ningún tipo de ataduras o cortapisas, será el que hará todo el trabajo sucio. Insisto, es más sencillo de lo que parece: ahora mismo, ya tenéis dirigentes reprogramados que son capaces de pasar por encima de cualquier cosa; del bienestar de su propio pueblo o de la misma Tierra. Te recuerdo que tú misma te has preguntado en más de una ocasión cómo es posible que los líderes más poderosos del mundo actúen como lo hacen. Incluso has llegado a pensar seriamente si les quedaba algún atisbo de humanidad. Lo recuerdas, ¿verdad que sí? Aunque no sientas nada, conservas todos tus recuerdos intactos. Pues bien, ahí lo tienes: desde hoy y en adelante, ellos son tus “colegas” y entre todos estáis cumpliendo una misión. Por lo tanto, es cuestión de tiempo que vosotros mismos os hagáis pasar a la historia: por fin dejaréis el camino libre a otras razas que sí merecen el calificativo de ser humano.
«Y ahora, dime, ¿no estás impaciente porque llegue ese día?».
©Copyright Pily Barba para Círculo de Lovecraft, Marzo 2019.
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